Dominique Noguez recoge en un ensayo, con mucha ficción y datos
irrefutables, el encuentro entre el tutor de la revolución y el padre del
dadaísmo, Tristan Tzara.
¿Era Lenin un dadá?
Zurich, 1916. Lenin y su novia viven en un piso cochambroso de la calle
Spiegelgasse, invadido todas las noches por el insoportable olor de una
poderosa fábrica de salchichas típica de la Mitteleuropa. A unas decenas de
metros, en la misma calle, el Cabaret Voltaire da a luz una de las vanguardias
artísticas más rabiosas del siglo: el dadaísmo, que invade la madrugada de
jolgorio, arte y orgía. El encuentro -impensable- no sólo se produjo, sino que
fue uno de los revulsivos más poderosos, tanto del revolucionario ruso-mundial
como del padre del dadaísmo, Tristan Tzara.
Esa es la alucinante tesis que defiende, como hipótesis dadaísta y
absurda, el libro Lenin Dadá (Ediciones Península), del autor francés Dominique
Noguez (Francia, 1942). Un libro sabrosamente arbitrario, que empuja hasta el
extremo un sinfín de testimonios. Frases sueltas, fragmentos de diarios íntimos
y conversaciones que, efectivamente, acreditan una tesis: Tristan Tzara y
Vladimir Illich Ulianov no sólo se cruzaron, sino que fueron compinches,
colaboraron y crearon juntos.
Picante y diletante.
Noguez es un ensayista y novelista con 40 años de provocación a sus
espaldas. En París recibe ahora en los locales de una pequeña y curiosa
editorial, Le Dilettante, de esas que echan picante a lo mejor del Barrio
Latino parisino, y que ha asumido la reimpresión y redifusión de la obra. Pero
las raíces de Lenin Dadá, traducido y publicado ahora al español, vienen de más
lejos. Fue publicado por primera vez en 1989, y nada menos que en la poderosa
editorial francesa Robert Laffon.
Como esa salida editorial coincidió con el derrumbe del Muro de Berlín y
del comunismo soviético, el libro de la hipótesis escandalosa causó un revuelo
considerable, rompió la visión oficial de un Lenin austeramente obrero, y fue
aclamado por la gran revista postmoderna, Actuel!.
Lenin gritó: "¡Da, da!", "Sí, sí" en ruso. Y nació
el movimiento surreal. "Empecé a escribir el libro como una farsa, como
una crítica-ficción, cuando la figura de Lenin era todopoderosa. Cuando salió
el libro, el Muro había caído, y Lenin ya no era nada", explica Noguez con
los ademanes del estudioso naïf, irreverente y dilentante que es. Tan diletante
como enciclopédico.
El punto de partida de la coincidencia de fechas y de lugar entre el
nacimiento del dadaísmo, en el Cabaret Voltaire, entre febrero y abril de 1916,
y la presencia del revolucionario, es deshojado como una margarita por
Dominique Noguez. Y acaba atestando la tesis de la interpenetración entre Tzara
y Lenin, con un fuerte aparato de documentación y 299 notas y referencia
bibliográficas sabias, perfectamente verificables y auténticas. Una precisión
cuasicientífica.
"La primera etapa, probar que Lenin era un vividor, capaz de ir a
los cabarets y de emborracharse, no me planteó ningún problema. Hay numerosos
testimonios, sobre todo durante sus estancias en París", explica Noguez.
Entre tugurios.
Efectivamente, al hilo de sus exilios por Europa antes del triunfo
revolucionario en Rusia, el líder bolchevique devoto a la causa dejó rastro
semisecreto por lo peorcito de los tugurios de Londres, Bruselas, Zurich y,
sobre todo, París.
Lenin Dadá contiene incluso un testimonio delicioso de cómo el austero
bolchevique llegó a beneficiarse de una estafa de un amigo y paisano. En las
zonas de copas de République y de Place de Clichy, cambiaban las etiquetas de
las botellas de champán, para poder beber los mejores caldos burbujeantes de
multimillonario, pagando sólo el precio de un vino peleón malo.Pero aún quedaba
lo más difícil. Si bien Lenin era bebedor, juerguista, tramposo y -como reza el
testimonio de un pintor parisino- "muy alegre, muy bueno y, en el amor,
muy cochino", capaz de "compartir mozas", eso no prueba que
fuera dadaísta ni que entrara en el Cabaret Voltaire de Zurich para coinventar
el dadaísmo.
El libro rompe sin concesiones la visión de un Lenin austero.
Pero entonces entra en juego el talento de Noguez, que ya había cometido
fechorías comparables con la vida de Arthur Rimbaud en una obra precedente. El
autor rescata testimonios que prueban que Lenin, Radek y Zinoviev asomaron la
nariz al cabaret vecino. Y luego asesta el golpe definitivo. El texto de un
historiador prueba que Tristan Tzara reconoció "haber intercambiado"
con el revolucionario. Y una monografía sobre el movimiento cita al pintor
Marcel Janco para certificar que en el Cabaret Voltaire, "en la humareda
espesa, en medio del ruido de las declamaciones o de una canción popular, hubo
apariciones súbitas como la de la impresionante figura mongol de Lenin, rodeado
por un grupo".
La mente del lector ya está poseída: en la humareda espesa de un cabaret
de vanguardia de Zurich, donde se codean "pintores, estudiantes,
revolucionarios, turistas, estafadores internacionales, psiquiatras, gente
medio mundana, escultores y espías", se oculta Lenin. Normal que él se
ocultara y no diera publicidad a sus juergas bohemias: las policías suiza y
zarista tenían allí espías. Y además nuestro protagonista no podía permitirse
que se conociera esa "propensión a la vida pequeñoburguesa" que tanto
criticaba a los mencheviques.
Lenin en su salsa.
El crédulo lector ya está rendido ante la nueva imagen de un Lenin
artista, humano y vanguardista. Noguez da la puntilla. Con el pseudónimo de
Señor Dolganeff, Lenin fue organizador de varias veladas. En una de ellas,
entusiasmado por su propia obra y bajo los efectos del alcohol, se puso a
gritar: "¡Da, da!", es decir, "Sí, sí" en ruso. Sí a la
vida, al arte y a la juerga. Había nacido el dadaísmo por boca del camarada.
Todo ello perfectamente certificado en la estudiosa obra de Noguez.
"Lenin era un vividor, capaz de ir a los bares y
emborracharse".
La última prueba de la paternidad leninista del dadaísmo la dio Avida
Dollars, es decir, Salvador Dalí. En su cuadro Alucinación parcial, seis
imágenes de Lenin sobre un piano, las cabezas de Lenin y las cerezas son otras
tantas alusiones al Cabaret Voltaire y a la deliciosa fruta, que Tristan Tzara
incluyó en un caligrama. Secretos que sólo conocía el genio de Cadaqués.
Numerosos son los estragos causados por el libro Lenin-Dadá. La interpretación
de Noguez fue tomada tan en serio, que llegó a ser incluida durante unos años
en la presentación que el Centro Pompidou hacía del cuadro de Dalí.
"Fernando Arrabal casi se enfadó cuando le dije que yo no me creía la
tesis de mi propio libro", explica Noguez. "Porque resulta que él sí
se la cree. Hasta se ha permitido, sin citarme, retomar esta tesis durante
ciertas conferencias que ha dado en Rusia", añade.
Noguez, con su libro juguetón en el que no cree, casi se disculpa:
"He hecho como ciertos investigadores deshonestos, tontos o delirantes
para llevar al extremo una tesis. Una tesis que descansa sobre hechos, fechas y
documentos absolutamente auténticos y de existencia verificable". Y
concluye: "Trabajando sobre un libro-farsa en cuya tesis yo no creo, si
logro contribuir al nacimiento de un leninismo-dadaísta, espero que sea como
vacuna, y no como biblia".
Un manifiesto pasado de rosca.
1 En el momento justo
Noguez concibió su ‘Lenin Dadá’ en el París de 1989. Una ciudad entonces
dominada por cafés fríos de diseño duro e inhumano, donde imperaba la corriente
artística del posmodernismo.
2 Escépticos y relativistas
El filósofo Jean-François Lyotard decreta el fin de todo “metarrelato”,
es decir, el fin de los grandes discursos, las grandes teorías o la novela como
afirmaciones de lo real.
3 Mucha parodia
Deconstrucción, pastiche e ironía al extremo. Se burlan de las
referencias históricas clásicas y son la nueva biblia de la élite cultural de
la capital.
4 El manifiesto
Una palabra sagrada: ‘décalé’, palabra intraducible que quiere decir a
la vez ‘desfasado’, ‘despegado de la realidad’ y ‘pasado de rosca’. Todo debía
ser ‘décalé’ y, efectivamente, ‘Lenin Dadá’ es la obra manifiesto de ese
estilo. Imita a la perfección el estilo universitario y la escritura
científica, al servicio de una tesis que parece inverosímil.
*****
COMENTARIO DE RAÚL HENAO:
LA TESIS SUSTENTADA EN EL PASTICHE DE MODA DE DOMINQUE NOGUEZ NO
ES NUEVA. El primero que habló de este “contacto” de LENIN y los
DADAÍSTAS en el cabaret Voltaire de Zurich, Suiza, fue el pintor y
arquitecto judío-rumano MARCEL JANCO uno de los últimos dadaístas vivos por
entonces (finales de la década del setenta), en “una
entrevista concedida a Marcella Arietti y Benjamín Segal y
publicada en el suplemento literario del diario “Nuestra vida” en Tel Avid, Israel,
el 9 de noviembre de 1979”:
“Lenin vino a nuestras veladas para divertirse. Él se oponía al
arte abstracto pero era suficientemente inteligente para comprender que
nuestras ideas podían servir a sus fines”. “Lenin vivía en una habitación al frente del Cabaret Voltaire",
agrega. El dato llegó a nosotros a través del polígrafo rumano Stefan Baciu, el
autor de la famosa ANTOLOGÍA DE LA POESÍA SURREALISTA LATINOAMERICANA,
publicada primero en México y luego en Chile; en una de sus
crónicas titulada DADAÍSMO, VERDADES BÁSICAS, que bajo el encabezado “Palabras
en libertad” publicaba en varios periódicos latinoamericanos. Yo la hice
publicar en El Mundo Semanal de Medellín a comienzos de la década del 80.
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