(...) Mucho se ha
escrito sobre el trabajo literario de Raúl Henao y tal vez para desgracia de
sus críticos, sus libros, su gran poesía, no requiere ni necesita de
defensores. Pues su escritura tiene y posee el pulso firme del auténtico hombre de letras. Una obra construida con sus
resonancias propias, buscada a través de años de maduración y de gran
exigencia. Sin esas facilidades cegadoras del impulso creativo. Moderna, capaz
de colocarnos en sintonía con las fuentes fundamentales de nuestro tiempo. Álvaro
Mutis decía que Colombia es un país de intonsos y agregaba que la mayoría de
sus poetas solamente buscaban simpatizar con ésta condición. Sabemos que la
fuerza de una posición no proviene del desprecio, sino de la independencia y de
la conciencia con la que se viva. Raúl Henao es un hombre radical, difícil,
controvertido, polémico que prefiere – como nos ha enseñado Nicolás Gómez
Dávila- fracasar a envilecer las herramientas de su triunfo. Y la mayoría de
las palabras que teje llevan el sello inconfundible de su actitud. “Zarza
ardiente es todo cuanto amo”-Nos recalca Raúl Henao y luego afirma: “Camino
sobre brasas y bailo en la fumarola de un volcán en erupción”.
El mundo de la lógica dice: es real. El poeta, en su mundo,
puede regalarnos otra mirada y asegurarnos que carece de lógica. He aquí uno de
los grandes atrevimientos de la poesía de Raúl Henao. Ser capaz de abandonar
ese lirismo ramplón constructor de casi toda la mayoría de nuestra poesía para
emparentarnos con los mejor de la tradición contemporánea y actual. Buda niega
la posibilidad de la existencia de un “Yo” y afirma que somos un compuesto de
agregados sensibles. Carlos Castaneda sostiene que este mundo es enigmático,
incomprensible, terrible, pavoroso; pero digno de que veamos su gran resplandor.
Entre estas dos posturas, pienso, se instaura la poesía de Raúl Henao y allí
radica una de sus más amplias virtudes. “Los poetas –atestigua- son los eternos
viajeros de la esperanza”. “Y siempre se despiden desconocidos.” Y más adelante
agrega: “Su corazón es un polvorín de juegos artificiales y el relámpago los
persigue a campo traviesa”. Canetti afirma que el taoísmo es la religión de los
poetas, aunque éstos no lo sepan. Nos ahorran la deformación impuesta por lo
conceptual para regalarnos una actitud fundamental y vigorosa frente a la vida.
Y la poesía es esa apuesta esencial, ese eterno reconocimiento, ese rayo de luz
colocado de frente a la oscuridad de la condición humana. Raúl Henao es un ser
un tanto anómalo dentro de una tradición literaria, como la nuestra, edificada
por profesores o por sombríos funcionarios. Y por esto mismo le ha
correspondido ese destino incierto, solitario y sin el gran reconocimiento al
que lo condenan los mediocres burócratas. Sin embargo, y para fortuna nuestra,
Raúl Henao es ese eterno combatiente que vive por siempre como huésped de sus
palabras. Al que ni la quemadura del sol le aplaca su eterna sed de jugar con
fuego. Y como el mismo nos señala y nos enseña con la contundencia del gran
poeta: “Mi pensamiento se consume en la hoguera de la hermosura del mundo”.
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