En Colombia oímos
hablar por primera vez de Carmen Bruna en uno de los últimos números de la
revista Maldolor que en Junín, Argentina, publicaba el poeta Rodolfo Álvarez. A
renglón seguido, leímos una hermosa presentación suya de Juan José Ceselli,
quizá el más secreto y desconocido de los integrantes del grupo surrealista
argentino -década de los 30 y los 40- liderado por Aldo Pellegrini: de ingrata
memoria para cuanto coplero o versificador merodea hoy en día a la sombra del
poder cultural en el continente iberoamericano. Desde entonces hemos venido
familiarizándonos con su obra de áspero y vigoroso hálito intelectual…, que a
despecho de los propios lectores de poesía, permanece ajena a todo regusto o
dictado puramente esteticista.
Entre la máscara y la
transparencia, esas dos opciones que según Lezama Lima, le quedan al poeta para
hacerse invisible y dejar que su obra hable por él…, Carmen ha elegido, sin
duda, la de la transparencia, pero la de esa transparencia que dejan a su paso
los tornados y las tormentas, y que sólo por momentos, nos permite adivinar la
luna negra y melancólica, celebrada en la antigüedad por las ménades y
coribantes del cortejo lujurioso de Dionisios.
A contravía de las
tendencias poéticas predominantes en la Argentina actual (y en el resto del
continente), donde poetas que dicen haber superado todos los ismos y tendencias
literarias de vanguardia (cuando, en realidad, encubren un vacío moral y
conceptual aunado a una pedantería insondable) vuelven a poner de moda el
soneto y la rima o cultivan actitudes formalistas y exterioristas sin arraigo
en la vida…, Carmen Bruna continúa guardándole fidelidad a los temas y mitos
surgidos en plena atmósfera romántica y luego retomados por el simbolismo y el
surrealismo, en permanente antítesis o antagonismo con el mundo moderno y
posmoderno.
Carmen Bruna pues,
reivindica en su poesía ese corazón que desconoce la razón con sus fórmulas y
recetas prestadas al obituario académico y, al estilo de otros poetas-médicos
como ella, Gottfried Benn o William Carlos Williams…Prefiere escribir en carne
viva; con esa lucidez hiriente que no quiere curarnos del vicio de vivir.
Raúl Henao: Carmen, lo
que más sorprende al elaborar este breve cuestionario sobre su poesía, es la
fecha tardía de publicación de su primer libro (1980 o una fecha que se le
aproxima). De ser cierta esa fecha, habría que pensar en una vocación tardía,
en un encuentro tardío con la poesía. ¿Quisiera hablarnos de ello?
Carmen Bruna: Mi
encuentro con la poesía fue muy anterior a la fecha de publicación de mi primer
libro. Por razones que no pueden ser explicadas aquí elegí muy mal mi carrera
(me recibí de médica en 1955). Entonces vendí mis libros de medicina para
comprar libros de poemas, novelas o cuentos y así entré de lleno en el mundo de
las palabras. La Revista Poesía Bs. As. que dirigía Raúl Gustavo Aguirre y
Letra y Línea de Aldo Pellegrini se abrieron para mí con toda la lucidez y la
fantasmagoría de los sueños. Por ellas aprendí a conocer a los primeros poetas
surrealistas. Estuve en el grupo de “Poesía Bs. As.” Pero hoy, con la claridad
que dan la distancia y el tiempo, comprendo que los poetas varones de entonces
no tomaban en serio a las mujeres. En el grupo éramos “féminas disponibles” y
nada más.
La que rompió el
esquema fue Alejandra Pizarnik, a la que conocí muy jovencita, pero ya entonces
me había alejado. Poseída por lo que Andrés Bretón llamara “L´amour fou”, me
fui de Buenos Aires con mi enamorado a recorrer distintas provincias como
médica rural. Fue una experiencia larga, traumática, apasionada. Terminé con
tres hijos (dos mujeres y un varón) que quiero mucho. Conocí el incendio de
todos los sentidos, me hundí en profundos pozos de depresión y angustia. Es por
eso que prácticamente separada publiqué en 1979, en plena época de la dictadura
militar, mi primer libro: Bodas.
Posteriormente, creo
que en 1982 conocí al “Grupo Surrealista Signo Ascendente”; a ellos les debo
mucho de lo que hoy soy. Un poema del número 2-3 de la revista que publicaban
me impactó como una brasa, como un dragón, cuyas bocas lanzaban llamaradas de amor,
de locura, asociación de ideas, automatismo. Recuerdo al autor Juan Perelman
cuyo poema “La Ramera Bíblica” desgarró las últimas telarañas que me
aprisionaban y me precipitó en un universo de sortilegios. Lo único que objeté
fue un ataque a Enrique Molina al que admiro mucho.
Comprende, el mundo de
Lautréamont y de Rimbaud son mis mundos bárbaros, alucinantes. Mi poesía es la
poesía de los poetas malditos. Después me separé del grupo aunque sigo siendo
amiga de varios de ellos. Simplemente no tolero el autoritarismo.
R.H: Comparando su
poesía con la de Alejandra Pizarnik o la de Olga Orozco –por mencionar a dos
poetas argentinas contemporáneas- advertimos que la suya es más abierta y,
explícitamente, una poesía de la revuelta y la insumisión. ¿Qué puede decirnos
al respecto?
C.B: Efectivamente mi
poesía es una insinuación a la incitación, a la insurrección y a la revuelta.
En ella vuelco mi espíritu rebelde, la fiebre de mi sangre, el desafío total.
Mi desprecio por los falsos académicos.
R.H: “Mi vida actual:
una atroz mentira del ser y la existencia / una máscara falaz, atractiva y
horrorosa / Un sudario sagrado, un mar muerto / sin agua ni espejismos”. El
suyo es un lenguaje maldito y su mitología personal (por así decirlo) gira una
y otra vez, en torno a tópicos y personajes malditos. ¿No teme caer en esa
retórica vacía, sin nexos con la realidad cotidiana en la que se perdieron
tantos poetas de la década del sesenta que hoy medran cómodamente a la sombra
mediocre del confort pequeño burgués o neoliberal?
C.B: No temo a mi
lenguaje maldito. No temo caer en la retórica vacía. Soy como soy. No tengo
dinero y cuando lo tengo lo gasto. Hice dos viajes que se llevaron consigo mi
modestísima fortuna. Pero a cambio de ese dinero conocí varios países que amaba
a la distancia. El confort que poseo se reduce a un techo acogedor, a cientos
de libros, a algunas películas que amo, a algunos discos preferidos. ¿Es esto
ser una pequeña burguesa?
En mi casa no hay lujo,
solamente reproducciones en las paredes; algunos cuadros regalados por mis
amigos, algunas máscaras hechas por mi hija, algunos programas de espectáculos
que me impactaron, como los de Lindsay Kemp.
No soy neoliberal. No
creo en la muerte de las ideologías. Detesto el autoritarismo. Escribo poemas no
panfletos. Todo esto no me separa de la realidad cotidiana. Soy una más entre
los vecinos de mi barrio. La única diferencia es que poseo la magia de la
palabra. Por esa magia soy Melusina, el hada serpiente. Soy Morgana, la Reina
Roja, soy la Fata Morgana. El espejismo en el mar cercano a los desiertos.
R.H: Se nace a la
muerte y la condición humana es al tiempo “un éxtasis y un horror” (C.
Baudelaire). Pero a Carmen Bruna le horroriza la idea de la muerte y se
confiesa traicionada por el amor. ¿No es esa una actitud luciferina que termina
en la negación total, en el puro nihilismo, inherente, por otra parte, al mundo
moderno…, ese mismo que niega la poesía y encierra (cuando no lo silencia) al
poeta que pretende ejercer la poesía a expensas de la vía pública como tan
luminosamente lo expresara, en su momento, Gerald de Nerval?
C.B: La cita de
Baudelaire coincide con mi horror a la muerte, con mi adhesión a todas las
formas del éxtasis.
Mi actitud luciferina
no termina en la negación total. Solamente desencadena mi furia ante la
injusticia de nacer para envejecer y luego convertirnos en polvo de los
caminos. Por eso en mi libro La diosa de las trece serpientes, evoco las
palabras de Clarice Lispector: “No voy a morir, ¿escuchaste, Dios? No tengo
coraje, ¿oíste? No me mates, ¿oíste?, porque es una infamia nacer para morir,
no se sabe cuándo ni dónde” (de su libro Agua Viva).
Tal vez haya algo de
nihilismo en mí y también de agnosticismo. ¿Es esto motivo para que me
cuestione?
R.H: Usted conoció
–ignoro si personalmente- al poeta Juan José Ceselli que, a no dudarlo, es uno
de los poetas representativos, substanciales de las modernas letras argentinas.
Sin embargo, Ceselli, a varios años de su muerte, permanece desconocido de la
generalidad de los lectores latinoamericanos, por no decir de los argentinos.
¿A que cree usted, obedece ese fenómeno de desconocimiento de los grandes
líricos de nuestro continente?
C.B: Conocí al poeta
Juan José Ceselli, al principio fueron cartas que nos enviábamos de tiempo en
tiempo. Cuando supo que iba a morir (un cáncer óseo lo abatió sin remedio)
quiso verme. Estaba internado en un sanatorio modesto. Era una bella persona,
un ser puro y generoso. Alguna de sus ideas podían ser motivo de controversias,
pero se moría ante mis ojos, ¿iba yo a contradecirle? En esos días cumplió
años. Alguien le había regalado un cassette de J.S. Bach. Yo le llevé flores,
rosas empapadas de rocío y un juguete. Porque los poetas somos como niños. El
murió. Pero quedan sus libros: Violín María, La Selva 4040, El Paraíso
desenterrado y ese poema maravilloso, largo, inmensurable (el más surrealista
de sus poemas) El Clan Manson, que imprimió y fotocopió para sus amigos.
El desconocimiento de
los grandes líricos latinoamericanos se debe, en la república argentina, a un
lamentable pero real desinterés de los argentinos por la poesía. Voy a ser
cruel pero veraz: ningún yuppie se atrevería decir que es poeta y los yuppies,
en este país hambriento, donde los desocupados son mayoría, no leen jamás
poesía. La poesía no vende. Tal vez porque la verdadera poesía no se vende.
Y los grupitos (o
grupúsculos) reunidos unos contra otros en cenáculos cerrados, nada hacen para
cambiar esta situación.
R.H: En “El tiempo de
los asesinos”, el inspirado, admirable libro del norteamericano Henry Miller
sobre Arthur Rimbaud, aparte de que se quiere justificar la evasión y el
silencio del autor de las “Illuminations” (así por lo menos piensan los
detractores, tan numerosos como los admiradores, de ese notable estudio del
poeta francés) se cuestiona el papel representado por los poetas de nuestro
tiempo, incapaces de comunicarse, de salvar la distancia que separa el arte de
la vida. ¿Qué piensa a este propósito Carmen Bruna?
C.B: No leí el libro de
Miller. Creo que es un derecho indiscutible del poeta llamarse a silencio si lo
desea. Rimbaud se calló en plena juventud. Lautréamont murió a los 24 años.
Jean Pierre Duprey se mató a los 29 años. Alejandra Pizarnik hizo lo mismo. Los
dioses pueden llamarse a silencio.
No son los poetas los
incapaces de comunicarse. Es la sociedad la que no desea en modo alguno
comunicarse con ellos. Le estropean el equilibrio, no la dejan dormir la siesta
ni hacer una buena digestión.
R.H: Usted ha
reivindicado, más que ninguna otra poeta argentina, el mito de la mujer en lo
que tiene de exaltante, altanero e irreductible para la época actual. ¿Cree
usted que la liberación de la mujer entraña la más radical de las
revoluciones…, la única capaz de liberarnos de las concepciones
político-religiosas que reducen el periplo de la vida humana a la antesala
(proletaria) del porvenir, cuando no, a un obsceno (y obsoleto) valle de
lágrimas donde se relegan el placer y la felicidad y a una hipotética vida
futura”?
C.B: Es cierto que he
reivindicado el mito de la mujer, en lo que tiene de exaltante, altanero e
irreductible. He peleado además cuando hizo falta por sus derechos, con
pancartas y sin frivolidad. Pero no creo que la liberación de la mujer entrañe
la más radical de las revoluciones. Trabajé con un grupo de feministas en
Buenos Aires y me aparté adolorida cuando (sin tener en cuenta mi desastrosa
situación económica y los síntomas de depresión y ansiedad por los que yo
pasaba) me intimaron sin miramientos la puesta al día en las cuotas atrasadas.
Incluso algunos de mis poemas fueron considerados antifeministas.
Desdichadamente, cuando
en algunos países las mujeres ocuparon cargos políticos, copiaron los errores
del varón. El poder corrompe siempre. Por eso mi lema es el de los anarquistas:
ni Dios ni amo. Sigo creyendo que la mujer debe reivindicar sus derechos con
todos los medios a su alcance y, de ser posible, compartirlos con el varón.
Creo en la armonía del amor y del sexo. En la Argentina, el mejor ejemplo de la
lucha de las mujeres por los derechos humanos, es el de las Madres y Abuelas de
la Plaza de Mayo, que con coraje admirable no dieron tregua a los represores.
Tenemos también organizaciones importantes en la lucha contra la
discriminación. Las asociaciones Gay-lésbicas y la CHA, entre otras.
Por otra parte, soy
bastante “demodée”, me gustan los varones corteses que ceden el asiento a las
damas en el colectivo, que tienen estas pequeñas pero imponderables actitudes y
gentilezas: una sonrisa, una flor, un poema.
CARMEN BRUNA: Médica y
poeta argentina. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Bodas (El
Lorraine, 1980), Morgana o el espejismo (Signo Ascendente, 1983), La diosa de
las trece serpientes (Filofalsía, 1986), Lilith (Signo Ascendente, 1987), La
luna negra de Lilith (Libros del Empedrado, 1992) y Melusina o la búsqueda del
amor extraviado (Libros del Empedrado, 1993).
RAÚL HENAO: Es uno de
los poetas colombianos actuales más importantes. Participó en el Festival Internacional
de Poesía de “Curtea de Arges, en Rumania (2001), en el Festival Internacional
de Poesía de San Salvador, Centroamérica (2002) y en el Festival mundial de
Poesía de Caracas, Venezuela (2003).
En Sol Negro, 8 de
marzo de 2008.
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