Por Joseph Epstein
No voy a referirme a la poesía en los términos que hizo Marianne Moore:
“A mí, también, me disgusta”, pues su lectura me ha dado no sólo educación y
placer, sino que aprendí a exaltarla. O, más precisamente, me enseñaron que la
poesía es en sí misma algo elevado. Ningún género literario ha estado más cerca
de lo divino que la poesía; en ningún otro oficio el escritor está en posibilidades
de remontarse tan alto como en un poema. “ El buen lector de un buen poema ” ha
dicho Robert Frost, “puede indicar el momento en que ha sido tocado y herido
para siempre, de tal forma que nunca podrá olvidarlo” . Este lenguaje casi
religioso para describir la poesía no era insólito; hasta hace poco tiempo era
muy común.Esta cita y varias más en el mismo tenor han de buscarse en las
últimas páginas de la edición revisada de A Little Treasury of Modern Poetry ,
de Oscar Williams, un pequeño y sólido volumen cuya apariencia y peso recuerdan
los misales o algún otro tomo religioso.
Mi edición de la antología de Williams
está fechada en 1950 y fue durante esa década que la poesía mantuvo por última
vez su aura religiosa. Muchos de los grandes sacerdotes del culto –T.S.Eliot y
Wallace Stevens, Robert Frost y William Carlos Williams, ee.cummings y
W.H.Auden- aún vivían y seguían escribiendo, si bien lo mejor de su obra ya
había sido escrito.En ese entonces el público para la poesía era poco menos que
multitudinario: había disminuido en forma considerable desde la época de
Browning y Tennyson. Una de las causas era la creciente complejidad de la
poesía, cosa que Eliot había señalado en 1921: “Parece que los poetas de
nuestra civilización, tal como existe en el presente, deban ser difíciles”. La
justificación de Eliot de esa dificultad –que nunca ha dejado de ser muy
convincente- es que la poesía debe ser tan compleja como la civilización que
describe, y que el poeta moderno debe volverse “más amplio, más alusivo, más
indirecto” .
Todo esto sirvió también para hacer del poeta moderno un ser más
exclusivo, lo cual, para aquellos de nosotros que adorábamos (una palabra
elegida con cuidado) la poesía moderna, estaba muy bien.Pero dejando de lado
semejantes consideraciones esnobistas, las generaciones de poetas entre
W.B.Yeats (1865-1939) y Auden (1907-1973) produjeron una impresionante
colección de poesía: aquella que en verdad hace que nos sintamos “heridos para
siempre”; la que una vez que se ha leído nunca llega a olvidarse. Tampoco
fueron estos poetas muy difíciles: Yeats no lo fue ni Frost.
Excepto en determinadas ocasiones, ninguno de ellos impartió cátedra.
Sus ocupaciones iban desde el médico (William Carlos Willams) al editor
(Marianne Moore), pasando por el ejecutivo de una compañía de seguros (Wallace
Stevens); sus estilos personales oscilaban desde el tradicionalmente formal
(T.S.Eliot) al bohemio (cummings) o el desesperado suicida (Hart Crane). Entre
toda esta variedad nadie hubiera pensado jamás en ellos como académicos.No
obstante, fueron los primeros poetas vivos a los que se les dio un tratamiento
académico. Sus obras fueron diseccionadas en los salones de clases; por las
revistas intelectuales corrían solemnes ensayos sobre ellos aun cuando pasaran por
encima de sus poemas; empezaron a escribirse estudios críticos capaces de
llenar uno o varios volúmenes, y aún hoy siguen escribiéndose. Su fama no era
de índole general o de la que produce riqueza, sino de la que se encuentra
dentro del ambiente universitario, donde se les veneraba.Pero la prueba más
clara de la veneración a la que fueron sometidos estos poetas se encuentra en
la manera en que la generación de poetas posterior los idolatró, o al menos así
sucedió en los Estados Unidos. Randall Jarrell, Robert Lowell, John Berryman,
Delmore Schwartz no sólo escribieron algunos de los ensayos más brillantes
sobre sus poetas mayores inmediatos, sino que en su vida tendieron a
obsesionarse con ellos.Jarrell, Lowell, Berryman, Schwartz, y todo aquel que
haya leído lo suficiente sobre ellos no puede negarlo, fueron hombres muy
ambiciosos.
Si este sentimiento hubiera sido aplicado a otro oficio distinto a
la poesía –y los cuatro eran los guardianes más celosos de sus carreras- quizá
no hubieran terminado tan amargados como terminaron: en repetidas crisis
nerviosas, alcoholismo, muerte temprana y suicidio. Me parece que la poesía
tuvo que ver en sus desastrosas vidas cuando, empeñados en forjarse brillantes
carreras como las de sus predecesores, comprendieron que, por una compleja
variedad de razones, no llegarían a conseguirlo. Los principales poetas
modernistas habían escrito con una profunda seguridad, como si supieran lo que
valían y seguros de que la posteridad también algún día los descubriría. En
cambio, los poetas que les siguieron no estaban tan seguros; sabían que algo
andaba mal. Y estaban en lo cierto. Algo no marchó.Antes de intentar explicar
lo que en mi opinión sucedió, quizá debiera describir lo que pienso acerca de
la situación de la poesía contemporánea. Obligado a expresarlo en una sola
oración, debo escribir: la poesía contemporánea en los Estados Unidos florece
en el vacío. En la actualidad, más de 250 universidades norteamericanas ofrecen
programas de creación literaria, y en todos se incluye poesía, lo cual
significa que no sólo adiestran aspirantes a poeta, sino que han contratado a
gente que publica poesía para enseñarla. Muchos de tales hombres y mujeres
pasan de ser estudiantes en un programa de creación literaria a maestros en
otro, sin que pudiéramos decir que sus pies, su métrica, su cuerpo todo haya
tocado el piso. Muchas escuelas superiores y universidades que no cuenta con un
programa formal de esta naturaleza, no obstante, contratan poetas para impartir
uno o dos cursos; y esta materia se ha vuelto también uno de los platillos en
el menú de las escuelas superiores comunitarias y de educación para adultos.
Hoy los poetas están en posibilidades de ganarse la vida trabajando en estrecha
intimidad con su oficio.Robert Frost, cuando tenía más de 80 años y gozaba de
enorme popularidad en el circuito de lectores de poesía, creía que era algo
bueno que los poetas se hubieran convertido en maestros “en miles de escuelas
superiores”, y agregaba que las escuelas superiores y las universidades habían
proporcionado a los poetas “el mejor de los públicos que jamás había tenido la
poesía en este mundo”.
En 1985, el poeta Donald Hall escribía: “Durante los
últimos 30 años, la lectura de poesía, que solía ser escasa, se ha vuelto la
principal forma de difusión de los poetas estadounidenses. Cada año, cientos de
miles de escuchas asisten a decenas de miles de lecturas”.Nadie mantiene un
registro minucioso de tales asuntos pero el sentimiento general es que hoy se
publica más poesía que antes. Los poetas no gozan de muchas ediciones en las
casas más importantes de Nueva York y Boston aunque casi todas ellas han
publicado a algunos poetas contemporáneos. Muchas imprentas universitarias han
comenzado a publicar libros de poesía y otras lo han hecho durante años. Lo que
ha dado en llamarse la “pequeña editorial” también publica una enorme cantidad
de poesía. La mejor respuesta general a la pregunta de cómo se venden estos
libros es, quizá, “no tanto”. Solía decirse que el único poeta serio en
Norteamérica que siempre pudo vivir a expensas de la venta de su obra era
Frost, pero parece que incluso él pudo hacerlo sólo al final de su vida.Sin
embargo, la poesía no carece de salidas. The New Yorker publica poemas, así
como la mayoría de las revistas mensuales y trimestrales; Poetry, fundada en
1912, sigue saliendo. Y además de estas publicaciones, se encuentra un gran
número de pequeñas revistas que publican enormes cantidades de poesía. Por lo
común, su tiraje no llega a los miles. Casi todas sucumbirían sin algún tipo de
subsidio. A veces parece que no hay un poema escrito en los Estados Unidos que
no haya sido subsidiado o apoyado por un donativo de una fundación, el gobierno
o un salario devengado en una institución académica, o bien gracias a una beca
de uno u otro tipo.No faltan, pues, toda clase de homenajes, estipendios,
posibilidades de publicar, oportunidades para acumular la adulación del
público. En tales condiciones, puede decirse que la poesía contemporánea está
en auge.Pero, ¿por qué hablo de un vacío? Debo decir que por lo general se
trata de lo siguiente: no importa cuánto se condecore y promueva la poesía,
pocos, excepto un círculo muy reducido, la leen.
La poesía contemporánea ha
dejado de formar parte de la dieta regular del intelectual. Alguna vez, decenas
de paseantes en Londres se alzaban sobre las puntas de sus pies para ver a
Tennyson; hoy una figura como la de él es probable que no escribiría poesía e
incluso ni siquiera la leería. La poesía ha sido desplazada -¿se ha desplazado
por sí misma?- del centro del escenario. En términos literarios, no parece que
se le encuentre en absoluto donde suceden las cosas más sobresalientes. De
hecho, empieza a parecer una actividad secundaria: singular, extraña, pero con
un pequeño grupo de fieles que creen ciegamente en ella.Uno podría contradecir
el que la poesía estuviera en un estado similar a cuando los poetas modernistas
iniciaron su ambiciosa aventura artística. Sin embargo, lo que los impulsaba
era una visión, y entre algunos de ellos un programa: la convicción de que la
naturaleza de la vida había cambiado de manera fundamental y que ahora los
artistas tenían que cambiar en consecuencia.
El verso libre, una sintaxis
fragmentada, disyunciones radicales, duna dicción salpicada de jerga, el uso de
temas que antes se pensaba en términos poéticos imposibles, estas fueron
algunas de las técnicas y métodos empleados por los poetas modernistas. Nueva
también era su actitud hacia el lector, a quien, quizá por primera vez entre
los escritores de toda la historia, pasaban por alto en forma tajante. Si su
escritura era intransigente y difícil, no lo consideraban como su problema.
Ellos escribían así; y respecto a la complejidad, la cuestión era, en la frase
de Henry James, si se trataba o no de “la dificultad que inspiraba”.Si bien
tendemos a pensar en el poeta modernista como un hombre del arte –aún cuando
trabajara en una compañía de seguros en Hartford, Connecticut, o en un
consultorio médico en Rutherford, New Jersey –nos inclinamos a considerar al
poeta contemporáneo como un profesional: una poesía profesional. Como un
genuino profesional, se encuentra más bien aislado dentro del mundo de sus
colegas.
Aquellos que han salido de esta atmósfera se hallan ubicados de manera
singular en la vida académica y en el mundo; no son por completo académicos ni
tampoco artistas del todo. Publican principalmente en diarios protegidos por
universidades, recorren el país ofreciendo lecturas y talleres en otras
escuelas superiores y universidades.En 1941, Delmore Schwartz escribía un ensayo
intitulado La soledad de la poesía moderna, que “no es una cuestión sencilla
para el poeta carecer de público, pues se trata de un efecto, más que de una
causa, del carácter de la poesía moderna”. El carácter que entonces tenía
Schwartz en mente era su dificultad (en el sentido de Henry James). En 1949
Schawartz añadió: “Cualquiera que quiera entender la poesía moderna puede
hacerlo si trabaja la mitad de lo que se exige cuando aprendemos una lengua,
adquirimos una nueva habilidad o nos iniciamos en el bridge”.
Pero en realidad,
con una excepción ocasional (recuerdo ahora la oscuridad de gran parte de la
poesía de John Ashbery), la poesía contemporánea ha crecido con menos
dificultades, y no obstante el público no está allí.Si Schwartz censuró la oscuridad
de la poesía moderna por su dificultad, Randall Jarrell, en una conferencia en
Harvard intitulada La oscuridad del poeta , reprobó la cultura nacional. “El
poeta –dijo Jarrell- vive en un mundo cuyos diarios y revistas, libros y
películas y estaciones de radio y de televisión han destruido, en una gran
mayoría de las personas, entre otras cosas, la capacidad de entender la
verdadera poesía, el arte genuino de cualquier clase”. En años más recientes,
los poetas han ido más allá al censurar a Norteamérica por una generación anti
intelectual y hostil al arte en la vida nacional.A partir de un punto de vista
más elevado, histórico, hay quienes afirman que el juego acabó para la poesía
con el advenimiento del romanticismo, el cual conservó los grandes temas de la
poesía pero los miró a través de un filtro del yo: mientras que ahora, sigue
este argumento, los grandes temas han desaparecido y todo lo que queda a la
poesía es una descolorida subjetividad. “Con el desarrollo de la teoría
romántica en los siglos XVIII, XIX y XX –ha escrito el eminente crítico Ivor
Winters- se ha introducido una creciente tendencia a eliminar lo racional en la
poesía y, hasta cierto punto, tal vez a aislar lo emocional”. Un grave error,
al menos para quienes se inclinan a ver la poesía como un vehículo de la verdad
y recipiente para las ideas e instituciones tan útil como jamás se ha concebido
otro.
El romanticismo, la ciencia, incluso el modernismo han sido puesto en el
banquillo de los acusados por disipar de la poesía el goce o, con la
introducción del verso libre, por quitarle el placer de la métrica y el ritmo.
El desaparecido poeta Philip Larkin, por ejemplo, culpaba del rompimiento del
vínculo entre poetas y lectores a lo que él llamó “la aberración del
modernismo, esa plaga de todas las artes”. Se refería en particular a la
inclinación modernista a deificar la vocación artística, a separarla de
cualquier obligación por parte del escritor a instruir o entretener al público.
Para enredar un poco más las cosas, hay quienes creen que la decadencia de la
poesía en nuestros días es una consecuencia inevitable de la desintegración
general de la lengua. Wndell Berry, poeta y ensayista, escribe: “Mi impresión
es que, quizá durante 150 años, hemos presenciado un paulatino aumento en el lenguaje
de elementos sin significado o que lo destruyen. Y me parece que esta
incertidumbre cada vez mayor en el lenguaje tiene su equivalente en la
creciente desintegración, durante el mismo período de las personas y las
comunidades”; y uno deduce, por extensión, de la pérdida de fuerza de la poesía
para recuperar gran parte de su valor de los despojos.Casi todas las
explicaciones de la situación de la poesía en nuestro tiempo –los intentos por
explicar su aislamiento, su supuesta futilidad ante la cultura general, el
sentimiento depresivo ante el hecho de que esta actividad humana, alguna vez la
más elevada de todas, sea ahora de segundo orden- les perdonan la vida a los
poetas. Quizá de alguna manera sea cierta la observación de Walt Whitman de que
“para tener grandes poetas, debe haber también grandes públicos”, pero como
alguna vez respondió Delmore Schwartz: “Para tener una gran poesía es necesario
contar con grandes poetas…”No es que nadie haya afirmado que la nuestra es una
gran época para la poesía.
Después de todo, las formas o géneros literarios
tienen sus propios ascensos y caídas, peculiares, a menudo indescifrables. Bien
puede ser que hace 60 o 70 años, en nuestros Eliot y Yeats y Stevens y Hardy y
Frost, tuviéramos nuestros Donne y Marvell, que ahora viven a través de
nuestros Wallace y Lovelace. Otro punto de vista sincero, expresado por el
poeta Karl Shapiro, sostiene que hay poco talento poético verdadero, incluso en
las épocas de oro.Aun si hubiera algunos grandes poetas en nuestros días, nadie
puede garantizar que sabríamos quiénes son. Se publica poesía con tal
generosidad que en 1987 Los Angeles Times anunció que dejaría de reseñar
poemarios, aduciendo que era imposible decir cuál era importante. Lo mismo, por
ende, se aplica a los poetas. No hay nada parecido a un consenso sobre quiénes
podrían ser los poetas notables de nuestros días.Entonces, ¿es todo para la
poesía?. Ya en los años 40, Edmund Wilson escribió un ensayo que desde el
título planteaba la cuestión: ¿ Es el verso una técnica moribunda? . La
respuesta de Wilson era, en términos generales, sí, está desapareciendo. Desde
su perspectiva, la prosa había arrollado a la poesía. Durante la época de
Flaubert, nos dice “los Dantes presentan su visión en forma de dramas en prosa
o novela más que como una épica versificada”. Wilson menciona a Flaubert porque
es el primer novelista en prodigar la clase de cuidados en su prosa que los
poetas aplicaban a sus versos; James Joyce sería otro. Las formas anticuadas
sólo producen un punto de vista anticuado y “no podemos abordar los sucesos
contemporáneos en un idioma que ya en los días de Tennyson y Arnold se
encontraba maltrecho y desgastado…”Wilson admite que nuestros poetas líricos
podrían compararse a cualquiera que haya escrito antes, pero agrega: “No hemos
tenido mentes creadoras de la estatura de Shakespeare o Dante, quienes han
construido en verso sus obras más importantes”.
Edgar Allan Poe había
anticipado gran parte de esto un siglo antes. En El principio poético , un
ensayo de 1848, Poe escribió: “Si en alguna época ciertos poemas muy largos
fueron en verdad populares –lo cual dudo- es al menos claro que ningún poema
largo volverá a ser popular de nuevo”. Debemos seguir leyendo a Homero, Dante,
Shakespeare, Milton, quizás a Byron y a Browning, para muestro solaz y gran
placer, pero en el entendimiento de que lo que crearon –específicamente contar
espléndidas historias en forma de poesía- no puede repetirse otra vez.Sin
embargo, los poetas no han cejado en su empeño de contar historias. Algunos de
los mejores poemas de Frost son narraciones. Aunque fragmentada y discontinua,
incluso La Tierra
baldía nos cuenta una historia; de igual forma, también lo hace, de una manera
distinta, Domingo a la mañana , de Wallace Stevens. En Life Studies, Robert
Lowell incluyó partes de su autobiografía en verso. Pero la inmensa mayoría de
la poesía contemporánea se ha fugado en dirección de la lírica. En la práctica,
esto significa poemas breves, por lo común menores de 40 líneas, que en general
describen un incidente, un suceso o un fenómeno de la naturaleza, del trabajo
artístico, de las relaciones humanas o de una emoción, en un lenguaje más o
menos elegante, y cuya descripción a menudo, si bien no siempre, encierra una
idea ligeramente sesgada.Samuel Johnson, quien de Paraíso perdido dijo que
“nadie desearía que fuera más largo de lo que es”, también afirmaba
refiriéndose a Milton que “todas esas composiciones cortas pueden por lo común
alcanzar nitidez y elegancia. Al asumir la lírica como su forma principal, la
poesía contemporánea se ha limitado seriamente. Así, deja de lado gran parte de
lo que siempre ha hecho de la literatura una actividad de significado esencial;
abandona la fuerza para contar historias, para informar acerca de la manera en
que la gente vive y ha vivido, para luchar por las grandes verdades sobre la
vida, cuyo descubrimiento es la justificación final de su lectura. En
consecuencia, la poesía se ha convertido, según palabras del joven e
inteligente poeta y crítico Brad Leithauser, en “una forma artística
lamentablemente accesoria”.Para explicar qué está mal con gran parte de la
poesía contemporánea, debemos recurrir a un extraordinario ensayo de Witold
Gombrowicz, el novelista polaco que murió en París en 1969. El ensayo se llama,
sin más, Contra los poetas . Gombrowicz parodia la profesionalización de la
poesía, “hoy alguien es un poeta igual que otro es ingeniero o doctor”, lo cual
ha despojado a la poesía de su espontaneidad, convirtiéndola en algo artificial
y disminuyendo el ser humano del poeta. Los poetas tienden a cultivar la
compañía de otros poetas, lo cual no sólo los fortalece “en su actitud de
avestruz frente a la realidad”, sino que los protege de notar sus propias
debilidades.
Los poetas crean sobre todo para otros poetas, para gente como
ellos, lo cual es, según Gombrowicz, otra debilidad. Aquí observa, “no estoy
pidiendo que escriban de una manera comprensible para todos”. Tan sólo desea
que no se presentaran de manera tan insistente como artistas y olvidaran el
hecho de que más allá de su mundo cerrado existen otros mundos llenos de
interés.A pesar de que el ejemplo de Gombrowicz pueda parecer un tanto
exagerado, cualquiera que haya puesto atención a la poesía contemporánea
compartirá en parte su irritación con ella y reconocerá una verdad general en
sus acusaciones. Muy a menudo los poetas contemporáneos se comportan como se
hubiesen elegido para formar parte de la pequeña aristocracia de lo sensible,
lo cortés e intrépido de E.M.Forster. Lo último que quieren escuchar es que
están creando algo que no muchos fuera de clase desean, y que actúan como si
aquellos que no aprecian lo que ellos hacen estuvieran, a primera vista,
espiritualmente lisiados.Pero entre los poetas serios, y la gente que toma en
serio la poesía, existe un doloroso reconocimiento de que algo ha sucedido. Es
como si la poesía hubiera perdido su peso y por tanto su realidad, y entonces
su valor. Hablando por mí mismo, ha habido poetas contemporáneos a los que he
admirado –para mencionar sólo a los que han muerto hace poco, Elizabeth Bishop,
L.E,.Sissman, Philip Larkin- pero ninguno ha sido capaz de sembrar la lengua en
mi cabeza como lo hicieron algunos poetas de una generación anterior.
“Las
caídas del salmón, los mares atestados de caballa”; “Complacencias del peinador
y, más tarde/Café y naranjas en una silla de sol”; Pero tengo promesas que
cumplir/Y kilómetros por delante antes de partir”; “En el cuarto las mujeres
van y vienen/Hablan de Miguel Angel”; “Jardines imaginarios con sapos reales en
ellos”. ¿Adónde se ha ido toda esta delicada, poderosa, encantadora lengua?; o
más precisamente, ¿adónde se fue la fuerza para crear este lenguaje?.Para
regresar a los pensamientos de Marianne Moore sobre la poesía, de donde
declaramos:“A mí, también, me disgusta/Al leerla, sin embargo, con un/perfecto
desdén,/uno descubre en ella,/después de todo, un placer por lo genuino”.Y más
que por lo genuino, debo decir, a pesar de que es hoy cuando toda la empresa de
la creación poética se ve amenazada por haber sido arrancada del mundo,
enfriada en el salón de clases, y de manera profusa reproducida por hombres y
mujeres que están autorizados a escribir por un grado académico, aunque no
necesariamente por su talento o espíritu. Fue Wallace Stevens quien alguna vez
describió la poesía como “un faisán que desaparece en el matorral”. Recibimos
un destello fugaz de él cada vez que nos acercamos a la obra de los mejores
poetas contemporáneos, pero pretender que esa sustancial y deliciosa ave camina
con libertad por la tierra no va a sacarla de su escondite, no pronto, y quizá
jamás.
(Revista Facetas, 1989)
0 comentarios:
Publicar un comentario