ALBERT LLADÓ
Barcelona Redactor
Domingo, 9 de
septiembre 2012La Vanguardia.com Libros
Diversos
títulos demuestran que los libros de "novelas de una línea" gozan de
buena salud en la actualidad.
Nietzsche los llamaba
"sentencias" o "dardos", Novalis; "polen", para
Baudelaire eran "cohetes", Cioran se refería a ellos como
"pensamientos estrangulados", y René Char los apodaba "hojas de
Hypnos".
Con la muerte de Carlos
Edmundo de Ory, despedíamos a uno de nuestros mejores poetas, pero también a un
maestro del texto breve, incisivo, que utiliza el humor para encontrar túneles
en el pensamiento de la ortodoxia. Sus 'areolitos' son contusiones al orden
establecido y, así, ve "molinos de viento en los gigantes" asegura
que "una estatua rota es una extatua" o canta a "la gula que
estrangula". Mientras danza con la ironía, nos grita que "a la hora
del insomnio" le "visitan soldados muertos" o que "las olas
son saliva de la luna".
En España, sin duda, el
gran mago de este género – si es que de taxonomías hemos de hablar – es Ramón
Gómez de la Serna, con la ecuación (metáfora + humor) de su maravilloso
invento: la "greguería". Hace tan sólo dos años La Fábrica publicaba
400 inéditas hasta ese momento, con las que el escritor conseguía demostrar,
una vez más, que las analogías podían convertir dos objetos - o ideas -
aparentemente alejados, en dos piezas imprescindibles de un motor nuevo, que
funciona gracias al asombro y la sorpresa. De este modo, la "prisa se había
puesto la sombra del revés", "la lluvia cree que el paraguas es su
máquina de escribir" o el "teléfono" se transforma en el
"enchufe de oreja a oreja".
En el prólogo a la
antología de 'Greguerías', editada por Cátedra, Rodolfo Cardona, citando un
estudio previo de César Nicolás, disecciona el artefacto de Gómez de la Serna
en diversas tipologías, como el "animismo" – la personificación por
medio de una imagen – la "cosalidad" – justamente lo contrario -, o
el "extrañamiento" hacia un mundo que le aburre. Sea como sea, lo
potente de este género es que escapa, hábilmente, del corsé de las estructuras
dogmáticas, para decirnos que "en el murmullo se cuecen las
palabras", "la hélice es el trébol de la velocidad" y que, en
definitiva, "el lápiz escribe sombras de palabras".
Pero no hemos de
retroceder en la historia de la literatura y la filosofía, que también, para
encontrar un buen músculo en el quehacer aforístico. En estos tiempos, en los
que la brevedad y lo fragmentario son valores de por sí, el aforismo ha
resurgido con fuerza, ingenio y ganas de quedarse. La red, sin duda, ha
ayudado, y herramientas de microblogging como twitter son campos de batalla
idóneos para su ejecución. Pero también las editoriales, conscientes de la
posibilidad del género si el autor está a la altura, se han lanzado a la
piscina.
Múltiples autores
contemporáneos se han arrojado a cazar mariposas de pensamiento, rumores de
relaciones inesperadas, e íntimos terremotos de metáforas. Sólo por citar
algunos nombres, podemos citar a Andrés Neuman, Vicente Luis Mora o Trapiello.
Pero es Miguel Ángel Arcas el que apuesta, doblemente, por el género. Como
director de Cuadernos del vigía, creó una colección dedicada en exclusiva a los
aforismos, comenzando con un elegante y sorprendente libro de Carlos Marzal,
'Electrones'. Su autor, con gran recorrido en la poesía, se presenta
diciéndonos: "soy el electrodo de la realidad: sin mi corriente, se apaga
la realidad mía", se deja llevar por la casualidad afirmando "todo es
azar, que es juego, porque todo es juego de azar", o nos avisa que
"el pasado acostumbra a esperarnos siempre, solo que por detrás".
Arcas, además de
editor, cultiva esta disciplina (indisciplinada) y – como la mayoría – bautiza
a sus hijos pródigos con nombre propio. En su caso, se trata de 'Aforemas'. Con
ese apelativo tituló el libro que salió, de manos de la Fundación José Manuel
Lara, en 2004. En él, como en sus otros textos, se desnuda ante el lector:
"sólo escriben bien los que tienen miedo a las palabras".
Interrogarse sobre si
el aforismo es un género autónomo e independiente, es preguntarse por la
esencia misma de la literatura. Tal vez, de la crítica literaria. Pero, en
casos de emergencia, y para salir del paso, siempre se puede acudir a la
definición de Leonid S. Sukhorukov: "un aforismo es una novela de una
línea".
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