A continuación uno de los cuentos más reveladores de Andrés Caicedo. Allí se mezcla el realismo (social) de la Colombia de todos los tiempos, con el toque fantástico de la nueva literatura que empieza a surgir con el escritor caleño.
Hay varias maneras de
comerse a una persona.
Empezando porque debe
ser diferente comerse a una mujer que comerse a un hombre. Yo he visto comer
hombres, pero no mujeres. No sé si me gustara ver comer a una mujer alguna vez.
Debe ser muy diferente. Lo que yo por mi parte conozco son tres maneras de comerse
a un hombre. Se puede partir en seis pedazos a la persona: cabeza, tronco,
brazos, pelvis, muslos, piernas, incluyendo, claro está, manos y pies. Sé que
hay personas que parten a la persona en ocho pedazos, ya que les gusta sacar
también las rodillas, el hueso redondo de las rodillas, recubierto con la única
porción de carne roja que tiene el cuerpo humano. La otra forma que conozco es
comerse a la persona entera, así nomás, a mordiscos lentos, comer un día hasta
hartarse y meter el cuerpo al refrigerador y sacarlo al otro día para el
desayuno, así. Como comerse un mango a mordiscos. Porque yo puedo decir que a
mí antes me gustaba muchísimo el mango verde, y después vino esa moda de partir
el mango en pedacitos y fue apenas hace como una semana que me vine a dar
cuenta que los mangos verdes me habían venido a gustar menos y supe también que
era porque me los comía partidos, así que seguí comprándolos enteros,
comiéndolos a mordiscos, y me han vuelto a gustar casi tanto como cuando estaba
chiquito. Eso mismo debe pasar con los cuerpos. La persona que ya lleva siglos
comiéndolos tiene que darse las maneras de variar el plato para no aburrirse,
porque si no cómo hacen. Yo no sé, si ustedes leyeron la otra vez en la prensa
que habían encontrado el cuerpo de un coronel retirado, metido en una chuspa de
papel y amarrado con cabuya, lo que dijeron fue que lo habían encontrado por el
Club Campestre, y que había expectación por el extraño estado en que se había
hallado el cuerpo. Era un coronel Rodríguez, un tipo ni flaco ni gordo, de
bigotito, y con una chucha que arrasaba. Claro que los periódicos nunca dijeron
en qué consistía ese “extraño estado en que se había hallado el cuerpo”, pero
como yo no estoy al tanto de las cosas yo sé que el cuerpo ese lo que estaba
era todo mordido. No se lo acabaron del todo porque mi coronel ya tenía 52,
allí fue cuando se dieron cuenta que no había como la carne de gente joven,
fresca. Los ojos, por ejemplo, que dizque son lo más exquisito, dicen que
cuando la persona pasa de los 35, se endurecen y se agrian, ya no vale la pena
comerlos.
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