Aunque no nacieron en el valle del Aburrá, los dos fueron criados y
adoptados por Medellín. Distintos y distantes en su creación. Los conoceréis
por las palabras y por sus vidas, que en poesía es lo mismo. Raúl Henao, cuya
hidalguía transita balcones imaginarios y lunas alucinantes. Y Helí Ramírez,
que tiene el abolengo curtido en la dureza de las calles y el barrio, escenario
de amores y heridas que la memoria transforma en versos. Raúl, hermético,
aullando solitario en los sótanos de la noche; y Helí con la claridad de una
navaja rasgando la aspereza mutante de los días.
Los encontré en la pasada Fiesta del Libro de Medellín, ya sesentones,
guardando a cuestas el botín de años de trabajos forzados y dichosos con la
palabra. Los hallé lúcidos, vigentes, porque la poesía no pensiona las almas; o
las pierde o las enaltece, pero jamás olvida a los guerreros de sus huestes.
Helí abandonó Ebéjico (Antioquia), de la mano de su madre Rosmira
sacándole el capote a la violencia, y a Raúl lo trajo el azar desde Cali.
Y se quedaron allí prendados de la ciudad, que como una mujer borrascosa y
fascinante les abrió sus entrañas para quedarse siempre escarbando en el júbilo
del lenguaje. Uno, heredero de Villon; el otro, de Nerval. A su manera cantaron
su rebeldía. Helí, en amaneceres donde el corazón trastabilla, exclamó: “Déjame
fabricar con tus cabellos lazos para / ahorcar el odio / asomándome su rostro
cada instante”. Contestatario con la hipocresía social, con las formitas
afables, apuntala: “Y de nuestros rostros no esperen gesticos amables / pues si
algún sueño coronamos es a la fuerza”. O un homenaje al amigo caído con
dignidad: “Luisca se hizo matar para no cantar señales y / rastros y / Con su
voz y sus actos iluminaba el aire”.
Y Raúl, que camina suspendido en una eterna acrobacia de circo. Lanzando
cohetes verbales: “Bajo el alero de tu sonrisa, una bandada de pájaros se
escampa de la lluvia”. Y la ironía, esa forma de revelar lo oculto: “... un
vendedor de corbatas que mostraba su mercancía consistente en media docena de
sogas de seda, adquiridas en los diferentes cadalsos levantados en la ciudad”.
Los unió la poesía y sus abismos. La terquedad de sobrevivir día a día labrando
versos, sin mayor interés que el del crecimiento propio. Los unió el vértigo y
la imagen en el espejo de los desasosiegos.
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