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lunes, 10 de junio de 2013

Poemas de Carl Sandburg.


DE: "POEMAS DE CHICAGO"




(Galesburg, 1878 - Falk Rock, 1967) Poeta, narrador y biógrafo, una de las figuras del grupo de intelectuales conocido como el "Renacimiento de Chicago", del período posterior a la Primera Guerra Mundial. Su poesía se caracteriza por su naturaleza rapsódica, coloquial y cercana al pueblo. Nacido en el seno de una familia de inmigrantes suecos, desde muy joven tuvo que trabajar en diversos menesteres, que le llevaron a ser sucesivamente portero, camionero y campesino. Más tarde fue editor de una revista comercial y luego periodista en Chicago. En uno de sus más conocidos poemas, Chicago (1914), reflejó a esta ciudad llena de humor y de calor humano, a través de un rico y matizado lenguaje popular, constante de casi toda su poesía.



Acumulaciones

Han azotado las tormentas la tierra en este punto
y aquí se han ido a pique los barcos
                 y los transeúntes lo recuerdan
                 charlando en el puente de noche
                 cuando allí se aproximan.

Han golpeado los puños la cara de ese viejo boxeador
     profesional
                 y han aparecido sus combates en las páginas
                 de deportes y por la calle lo señalan con el
                 índice extendido por ser uno que una vez tuvo
                 el cinturón de campeón.

Se han publicado cientos de historias y se han rumoreado
     mil
a propósito del porqué ese hombre alto y tenebroso se ha
                 divorciado de dos jóvenes hermosas
para casar con una tercera que se parece a las otras dos
                 y sacuden la cabeza y comentan «ahí va»
                 cuando pasa de largo, con buen tiempo o con
                 lluvia, por las calles de la ciudad.

Versión de Miguel Martínez-Lage

* * *

Bajo el ala de un sombrero

Mientras el murmullo y las prisas
de los pasos que de largo pasan
resuena en mi oído como las olas inquietas
de un mar que azota el viento,
vino a mí un alma
asomada a la mirada de un rostro.

Ojos como un lago
donde ruge un viento de tormenta
me sorprendieron bajo
el ala de un sombrero.
            Pensé en un naufragio en alta mar,
            los dedos magullados y aferrados
            a la puerta desvencijada del comedor.

Versión de Miguel Martínez-Lage

* * *

Baño

Un hombre vio el mundo entero como una calavera
riente y un par de huesos cruzados. La carne rosada de la
vida se encogió hasta desaparecer de todos los rostros.
Nada cuenta, nada. Todo es falsedad. Polvo al polvo, ceniza
a las cenizas, y una antigua tiniebla y un silencio inútil.
Lo había visto todo. Fue entonces a un concierto de Mischa
Elman. En dos horas, las olas de sonido le golpetearon los
tímpanos. La música se llevó por delante algo, no sé qué,
de su interior. La música derribó y reconstruyó algo en su
cabeza, no sé bien qué, o en su corazón. Aplaudió durante
los cinco bises que dio el joven judío ruso con el violín. Al
salir, dio con las suelas en la acera de una manera nueva.
Era el mismo hombre, en el mismo mundo de antes. Sólo
que existía un fuego que canta y un ascenso de rosas
perennes sobre el mundo entero que contemplaba.

Versión de Miguel Martínez-Lage

* * *

Chicago

Salchichería del mundo,
Fábrica de Útiles. Almacén de Trigo.
Juego de Vías Férreas. Tirada de Mercaderías de la Nación;
ciudad tempestad, enronquecida, vocinglera,
ciudad de anchas espaldas.

Me dicen que eres perversa y lo creo, porque he visto a
tus mujeres acicaladas bajo los reverberos esperando a
los mozos del campo.
Y me han dicho que eres canalla y yo respondo: Sí, es
cierto, yo he visto al hombre con revólver matar y
quedar libre para volver a matar.
Y me han dicho que eres brutal y yo respondo: Sobre el
rostro de tus mujeres y de tus niños he visto las señales
del hambre desenfrenado.
Y habiendo contestado así me vuelvo aún una vez hacia
aquellos que desprecian esta ciudad, mi ciudad y les
devuelvo su desprecio y les digo:
mostradme otra ciudad que cante con la cabeza alta,
tan orgullosa de ser viva, robusta, fuerte y astuta.
Con sus juramentos magnéticos lanzados,
contristándose de hacinar obra sobre obra, he aquí una
gran alegre dadora de puñetazos que corta sobre las
pequeñas aldeas reblandecidas.
Feroz como una perra con la lengua alargada por la
acción, astuta como un salvaje, con el desierto como
adversario.
Cabeza desnuda
moviendo la pala,
rompiendo,
proyectando,
construyendo, demoliendo, reedificando.
Bajo el humo la boca manchada de polvo, riendo con blancos dientes.
Bajo el peso terrible del destino, riendo como ríe una mujer joven,
riendo como ríe un luchador ignorante que no ha perdido jamás en un combate,
fanfarroneando, riendo de que bajo su muñeca está el
pulso y bajo sus costillas el corazón del pueblo
¡Riendo!
Riendo con la risa de la tempestad de la juventud,
enronquecidas, vocinglera, medio desnuda, sudando
orgullosa de hacer Salchichas, de Fabricar Útiles, de
almacenar el Trigo, de Jugar con las Vías Férreas y de
repartir las Mercaderías de la Nación.

Versión de Ángel Cruchaga Santamaría

* * *

Dos vecinos

Rostros de dos eternidades me miran sin cesar.
Uno es de Omar Jayam y la roja materia
             en que los hombres olvidan el ayer y el mañana
             y recuerdan sólo las voces y las canciones,
             los relatos, los periódicos y las peleas de hoy.
Otro es de Louis Cornaro y el flaco favor
             de las lentas, breves comidas a través de los lentos,
                   breves años,
             para dejar que la Muerte abra la puerta lentamente,
                   una breve rendija.
Tengo un vecino que jura por Omar.
Tengo un vecino que jura por Cornaro.
                                                           Los dos son felices.
Rostros de dos eternidades me miran sin cesar.
                                                           Que miren.

Versión de Miguel Martínez-Lage

* * *

Dunas

Qué vemos aquí, en las dunas arenosas de la luna blanca,
             a solas con nuestros pensamientos, Bill,
a solas con nuestros sueños, Bill, suaves como las mujeres
             que se atan una pañoleta a la cabeza al bailar,
a solas con una imagen y una imagen tras otra, imágenes
             de todos los muertos,
más muertos que todos esos granos de arena apilados
             uno a uno aquí, en la luna,
apilados contra la línea del cielo que adquiere formas tal
             como quiera la mano del viento,
qué vemos aquí, Bill, fuera de aquello en que se rompen
             la cabeza los más sabios,
fuera de lo que claman los poetas, fuera de lo que buscan
             con denuedo los soldados, hasta dejarse por ello
             el cráneo al sol... ¿,Qué será, Bill?

Versión de Miguel Martínez-Lage

* * *

En un suspiro

                                    (A los hermanos Williamson)

Mediodía. La blancura del sol destella en el asfalto de la
           Avenida Michigan. El tambor de los cascos, el
           zumbar de los motores. Las mujeres de acá para
           allá con sus vestidos endebles; en sus pieles y en
           sus ojos juega el fuego del sol.

En el teatro, películas submarinas. Del calor de las aceras
           y el polvo de las cunetas, los transeúntes entran en
           un suspiro para atestiguar la existencia de grandes,
           frescas esponjas, de grandes, frescos peces, de
           grandes, frescos valles y cordilleras de coral
           tendidas en silencio, bajo el agua, en el lecho del
           océano, miles de años.

Se zambulle un buceador desnudo. En su mano derecha,
           un cuchillo lanza un tajo al vientre de un tiburón.
           El tiburón larga un coletazo. Un simple coletazo
           acabaría con el buceador... Pronto, el cuchillo se
           hunde hasta las cachas en el gañote del pez que
           vira... Las fauces llenas de dientes, cada diente una
           daga, hilera tras hilera, brillan cuando el cadáver
           estremecido es izado en un bostezo por los
           hermanos del buceador.

Fuera, en la calle, el murmurar y el canturrear de la vida
           al sol... caballos, coches, mujeres de acá para allá
           con sus vestidos endebles; en su sangre juega el
           fuego del sol.

Versión de Miguel Martínez-Lage

* * *

Estatuas de bronce


I

La estatua de bronce del General Grant montado en su
         caballo de bronce, en Lincoln Park,
se apergamina al sol cuando pasan los automóviles
         ronroneando en largas procesiones, camino de
         alguna parte, para llegar a la cita prevista para la
         cena, o al cine, o a comprar y vender
aunque con el atardecer y de noche, cuando saltan las
         altas olas
en las lajas del paseo, a la orilla del lago, ahí cerca,
he visto al general retar a los basureros a que se acerquen
y pongan a galopar a su caballo de bronce, espoleado por
          los cascos y las armas de la tormenta.


II

Atravieso Lincoln Park en una noche de invierno
           mientras nieva.
En su estatua de bronce, Lincoln descuella entre la
           blancura de la nieve, su frente de bronce altiva
           ante los ecos de los vendedores de periódicos, que
           vocean que cuarenta mil hombres han muerto en
           el Yser, sus oídos de bronce atentos al amortiguado
           rugir de la noche que llega a sus pies de bronce.
Un indio ágil en un caballo pequeño, de bronce,
           Shakespeare sentado en bronce con sus largas
           piernas, Garibaldi con su capote de bronce,
           montan guardia en la fría y solitaria nieve que esta
           noche cubre sus pedestales, y así aguantarán hasta
           pasada la medianoche, hasta que raye el alba.

Versión de Miguel Martínez-Lage

* * *

Estilo

Estilo, sí: adelante, hablad del estilo.
Es fácil saber de dónde saca un hombre su estilo,
            como fácil es saber de dónde saca la Pavlova sus
                  piernas
            o Ty Cobb el ojo con que mira al batear.

            Que sigan hablando.
Eso sí: a mí, que no me quiten mi estilo.
                           Es mi rostro.
                           Tal vez no sirva de nada,
                                         pero es de todas todas mi rostro.
Hablo con él, canto con él, gusto y siento con él.
             Sé por qué quiero conservarlo.

Matad mi estilo
                           y le partiréis las piernas a la Pavlova,
                           y cegaréis el ojo con que mira Ty Cobb al
                                    batear.

Versión de Miguel Martínez-Lage

* * *

Listo para matar

Diez minutos llevo mirándolo.
Por aquí he pasado antes muchas veces y me ha extrañado.
He aquí un monumento en bronce, recuerdo de un famoso
            general
a caballo, con la bandera y la espada y revólver en mano.
Cuánto me gustaría hacer añicos todo ese catafalco,
            reducirlo a un montón de escombros, que se lo
            lleven a la chatarrería.
Te lo diré con toda claridad:
luego de que el granjero, el minero, el tendero, el obrero,
            el bombero y el camionero
hayan sido recordados en sus monumentos de bronce,
dándoles la forma del trabajo de conseguirnos a todos,
algo que comer, algo que vestir,
cuando apilen unas cuantas siluetas
                     recortadas contra el cielo
                     aquí en el parque,
y rememoren a los auténticos forzudos que hacen el trabajo
              del mundo, que dan de comer a la gente en vez de
              aniquilarla,
entonces, a lo mejor sí que me plantaré aquí
a contemplar con tranquilidad a este general del ejército
              que enarbola su bandera al viento
y cabalga como un demonio en su montura,
listo para matar a todo el que se le ponga por delante,
listo para que corra la sangre roja por la hierba nueva y
              tierna de la pradera, y que la empapen las entrañas
              de los hombres.

Versión de Miguel Martínez-Lage

* * *

Mag

Juro por Dios, Mag, que ojalá nunca te hubiera visto.
Ojalá nunca dejaras tu trabajo para venirte conmigo.
Ojalá jamás hubiéramos pagado el permiso, ni comprado
          un vestido blanco,
para que te casaras el mismo día en que fuimos corriendo
          a ver al cura
y le dijimos que nos amaríamos y cuidaríamos uno al otro
por siempre jamás, siempre que el sol y la lluvia perdurasen
          en algún rincón.
Sí, ahora es mi deseo que vivieras en otra parte, bien lejos
          de aquí,
y que yo fuera un vagamundo montado en un mercancías,
          a dos mil kilómetros, totalmente en la ruina.
          Y ojalá nunca hubiéramos tenido niños
          ni el alquiler, el carbón, la ropa por pagar,
          ni el recadero de la tienda que viene a cobrar lo suyo,
          a cobrar en metálico por alubias y ciruelas.
          Ojalá nunca te hubiera visto, Mag
          Ojalá nunca hubiéramos tenido niños.

Versión de Miguel Martínez-Lage

* * *

Negro

Soy el negro.
El que canta canciones,
el que baila...
con más suavidad que el algodón...
con más dureza que la tierra oscura,
los caminos apisonados por el sol,
por los pies descalzos de los esclavos...
espumarajos entre los dientes... estridentes carcajadas...
amor rojo por la sangre de la mujer,
amor blanco por los negritos que trastabillan...
amor perezoso por el tañer del banjo...
sudoroso, obligado al jornal de la siega,
altas risotadas con las manos como dos jamones,
endurecidos los puños con el mango,
la sonrisa de los sueños, la duermevela en las junglas de
     antaño,
loco como el sol y el rocío y el goteo, como la poderosa
     vida en la jungla,
meditabundo, triste, farfullando los recuerdos de los
     grilletes:
                    soy el negro.
                    Mírame.
                    Soy el negro.

Versión de Miguel Martínez-Lage

* * *

Personalidad

(Cavilaciones de un policía adscrito al Despacho
de Identificación)

Has amado a cuarenta mujeres, pero sólo tienes un
     pulgar.
Has llevado cien vidas secretas, pero sólo dejas una huella
     dactilar.
Vas por el mundo y combates en un millar de guerras y
     obtienes todos los honores del mundo, pero
     cuando regresas a tu hogar la huella de uno de los
     pulgares que te dio tu madre es la misma huella
     del pulgar que tenías en el asilo, donde tu madre
     te besó para despedirse.
Del útero revuelto del tiempo provienen millones de
     hombres, cuyos pies atestan la tierra, y se rajan el
     cuello unos a otros por un lugar donde seguir en
     pie, y entre todos ellos no hay dos huellas de
     pulgar que sean iguales.
En alguna parte debe haber un Gran Dios de los Pulgares,
     capaz de contar por dentro la historia de todo esto.

Versión de Miguel Martínez-Lage


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