DE: "POEMAS DE CHICAGO"
(Galesburg, 1878 - Falk
Rock, 1967) Poeta, narrador y biógrafo, una de las figuras del grupo de
intelectuales conocido como el "Renacimiento de Chicago", del período
posterior a la Primera Guerra Mundial. Su poesía se caracteriza por su
naturaleza rapsódica, coloquial y cercana al pueblo. Nacido en el seno de una
familia de inmigrantes suecos, desde muy joven tuvo que trabajar en diversos
menesteres, que le llevaron a ser sucesivamente portero, camionero y campesino.
Más tarde fue editor de una revista comercial y luego periodista en Chicago. En
uno de sus más conocidos poemas, Chicago (1914), reflejó a esta ciudad llena de
humor y de calor humano, a través de un rico y matizado lenguaje popular,
constante de casi toda su poesía.
Acumulaciones
Han azotado las tormentas la tierra en este punto
y aquí se han ido a pique los barcos
y los transeúntes lo recuerdan
charlando en el puente de noche
cuando allí se aproximan.
Han golpeado los puños la cara de ese viejo boxeador
profesional
y han aparecido sus combates en las páginas
de deportes y por la calle lo señalan con el
índice extendido por ser uno que una vez tuvo
el cinturón de campeón.
Se han publicado cientos de historias y se han
rumoreado
mil
a propósito del porqué ese hombre alto y tenebroso
se ha
divorciado de dos jóvenes hermosas
para casar con una tercera que se parece a las otras
dos
y sacuden la cabeza y comentan «ahí va»
cuando pasa de largo, con buen tiempo o con
lluvia, por las calles de la ciudad.
Versión
de Miguel Martínez-Lage
* * *
Bajo
el ala de un sombrero
Mientras el murmullo y las prisas
de los pasos que de largo pasan
resuena en mi oído como las olas inquietas
de un mar que azota el viento,
vino a mí un alma
asomada a la mirada de un rostro.
Ojos como un lago
donde ruge un viento de tormenta
me sorprendieron bajo
el ala de un sombrero.
Pensé en un naufragio en alta mar,
los dedos magullados y aferrados
a
la puerta desvencijada del comedor.
Versión
de Miguel Martínez-Lage
* * *
Baño
Un hombre vio el mundo entero como una calavera
riente y un par de huesos cruzados. La carne rosada
de la
vida se encogió hasta desaparecer de todos los
rostros.
Nada cuenta, nada. Todo es falsedad. Polvo al polvo,
ceniza
a las cenizas, y una antigua tiniebla y un silencio
inútil.
Lo había visto todo. Fue entonces a un concierto de
Mischa
Elman. En dos horas, las olas de sonido le
golpetearon los
tímpanos. La música se llevó por delante algo, no sé
qué,
de su interior. La música derribó y reconstruyó algo
en su
cabeza, no sé bien qué, o en su corazón. Aplaudió
durante
los cinco bises que dio el joven judío ruso con el
violín. Al
salir, dio con las suelas en la acera de una manera
nueva.
Era el mismo hombre, en el mismo mundo de antes.
Sólo
que existía un fuego que canta y un ascenso de rosas
perennes sobre el mundo entero que contemplaba.
Versión
de Miguel Martínez-Lage
* * *
Chicago
Salchichería del mundo,
Fábrica de Útiles. Almacén de Trigo.
Juego de Vías Férreas. Tirada de Mercaderías de la
Nación;
ciudad tempestad, enronquecida, vocinglera,
ciudad de anchas espaldas.
Me dicen que eres perversa y lo creo, porque he
visto a
tus mujeres acicaladas bajo los reverberos esperando
a
los mozos del campo.
Y me han dicho que eres canalla y yo respondo: Sí,
es
cierto, yo he visto al hombre con revólver matar y
quedar libre para volver a matar.
Y me han dicho que eres brutal y yo respondo: Sobre
el
rostro de tus mujeres y de tus niños he visto las
señales
del hambre desenfrenado.
Y habiendo contestado así me vuelvo aún una vez
hacia
aquellos que desprecian esta ciudad, mi ciudad y les
devuelvo su desprecio y les digo:
mostradme otra ciudad que cante con la cabeza alta,
tan orgullosa de ser viva, robusta, fuerte y astuta.
Con sus juramentos magnéticos lanzados,
contristándose de hacinar obra sobre obra, he aquí
una
gran alegre dadora de puñetazos que corta sobre las
pequeñas aldeas reblandecidas.
Feroz como una perra con la lengua alargada por la
acción, astuta como un salvaje, con el desierto como
adversario.
Cabeza desnuda
moviendo la pala,
rompiendo,
proyectando,
construyendo, demoliendo, reedificando.
Bajo el humo la boca manchada de polvo, riendo con
blancos dientes.
Bajo el peso terrible del destino, riendo como ríe
una mujer joven,
riendo como ríe un luchador ignorante que no ha
perdido jamás en un combate,
fanfarroneando, riendo de que bajo su muñeca está el
pulso y bajo sus costillas el corazón del pueblo
¡Riendo!
Riendo con la risa de la tempestad de la juventud,
enronquecidas, vocinglera, medio desnuda, sudando
orgullosa de hacer Salchichas, de Fabricar Útiles,
de
almacenar el Trigo, de Jugar con las Vías Férreas y
de
repartir las Mercaderías de la Nación.
Versión
de Ángel Cruchaga Santamaría
* * *
Dos
vecinos
Rostros de dos eternidades me miran sin cesar.
Uno es de Omar Jayam y la roja materia
en que los hombres olvidan el ayer y el mañana
y
recuerdan sólo las voces y las canciones,
los relatos, los periódicos y las
peleas de hoy.
Otro es de Louis Cornaro y el flaco favor
de las lentas, breves comidas a través de los lentos,
breves años,
para dejar que la Muerte abra la puerta lentamente,
una breve rendija.
Tengo un vecino que jura por Omar.
Tengo un vecino que jura por Cornaro.
Los dos son felices.
Rostros de dos eternidades me miran sin cesar.
Que miren.
Versión
de Miguel Martínez-Lage
* * *
Dunas
Qué vemos aquí, en las dunas arenosas de la luna
blanca,
a
solas con nuestros pensamientos, Bill,
a solas con nuestros sueños, Bill, suaves como las
mujeres
que se atan una pañoleta a la cabeza al bailar,
a solas con una imagen y una imagen tras otra,
imágenes
de todos los muertos,
más muertos que todos esos granos de arena apilados
uno a uno aquí, en la luna,
apilados contra la línea del cielo que adquiere
formas tal
como quiera la mano del viento,
qué vemos aquí, Bill, fuera de aquello en que se
rompen
la cabeza los más sabios,
fuera de lo que claman los poetas, fuera de lo que
buscan
con denuedo los soldados, hasta dejarse por ello
el cráneo al sol... ¿,Qué será, Bill?
Versión de Miguel Martínez-Lage
* * *
En
un suspiro
(A los hermanos Williamson)
Mediodía. La blancura del sol destella en el asfalto
de la
Avenida Michigan. El tambor de los cascos, el
zumbar de los motores. Las mujeres de acá para
allá con sus vestidos endebles; en
sus pieles y en
sus
ojos juega el fuego del sol.
En el teatro, películas submarinas. Del calor de las
aceras
y
el polvo de las cunetas, los transeúntes entran en
un
suspiro para atestiguar la existencia de grandes,
frescas esponjas, de grandes, frescos peces, de
grandes, frescos valles y cordilleras de coral
tendidas en silencio, bajo el agua, en el lecho del
océano, miles de años.
Se zambulle un buceador desnudo. En su mano derecha,
un
cuchillo lanza un tajo al vientre de un tiburón.
El
tiburón larga un coletazo. Un simple coletazo
acabaría con el buceador... Pronto, el cuchillo se
hunde hasta las cachas en el gañote del pez que
vira... Las fauces llenas de dientes, cada diente una
daga, hilera tras hilera, brillan cuando el cadáver
estremecido es izado en un bostezo por los
hermanos del buceador.
Fuera, en la calle, el murmurar y el canturrear de
la vida
al
sol... caballos, coches, mujeres de acá para allá
con
sus vestidos endebles; en su sangre juega el
fuego del sol.
Versión
de Miguel Martínez-Lage
* * *
Estatuas
de bronce
I
La estatua de bronce del General Grant montado en su
caballo de bronce, en Lincoln Park,
se apergamina al sol cuando pasan los automóviles
ronroneando en largas procesiones, camino de
alguna parte, para llegar a la cita prevista para la
cena,
o al cine, o a comprar y vender
aunque con el atardecer y de noche, cuando saltan
las
altas
olas
en las lajas del paseo, a la orilla del lago, ahí
cerca,
he visto al general retar a los basureros a que se
acerquen
y pongan a galopar a su caballo de bronce, espoleado
por
los
cascos y las armas de la tormenta.
II
Atravieso Lincoln Park en una noche de invierno
mientras nieva.
En su estatua de bronce, Lincoln descuella entre la
blancura de la nieve, su frente de bronce altiva
ante los ecos de los vendedores de periódicos, que
vocean que cuarenta mil hombres han muerto en
el
Yser, sus oídos de bronce atentos al amortiguado
rugir de la noche que llega a sus pies de bronce.
Un indio ágil en un caballo pequeño, de bronce,
Shakespeare sentado en bronce con sus largas
piernas, Garibaldi con su capote de bronce,
montan guardia en la fría y solitaria nieve que esta
noche cubre sus pedestales, y así aguantarán hasta
pasada la medianoche, hasta que raye el alba.
Versión
de Miguel Martínez-Lage
* * *
Estilo
Estilo, sí: adelante, hablad del estilo.
Es fácil saber de dónde saca un hombre su estilo,
como fácil es saber de dónde saca la Pavlova sus
piernas
o
Ty Cobb el ojo con que mira al batear.
Que sigan hablando.
Eso sí: a mí, que no me quiten mi estilo.
Es mi rostro.
Tal vez no sirva de
nada,
pero
es de todas todas mi rostro.
Hablo con él, canto con él, gusto y siento con él.
Sé por qué quiero conservarlo.
Matad mi estilo
y le partiréis las
piernas a la Pavlova,
y cegaréis el ojo
con que mira Ty Cobb al
batear.
Versión
de Miguel Martínez-Lage
* * *
Listo
para matar
Diez minutos llevo mirándolo.
Por aquí he pasado antes muchas veces y me ha
extrañado.
He aquí un monumento en bronce, recuerdo de un
famoso
general
a caballo, con la bandera y la espada y revólver en
mano.
Cuánto me gustaría hacer añicos todo ese catafalco,
reducirlo a un montón de escombros, que se lo
lleven a la chatarrería.
Te lo diré con toda claridad:
luego de que el granjero, el minero, el tendero, el
obrero,
el
bombero y el camionero
hayan sido recordados en sus monumentos de bronce,
dándoles la forma del trabajo de conseguirnos a
todos,
algo que comer, algo que vestir,
cuando apilen unas cuantas siluetas
recortadas contra el cielo
aquí en el parque,
y rememoren a los auténticos forzudos que hacen el
trabajo
del mundo, que dan de comer a la gente en vez de
aniquilarla,
entonces, a lo mejor sí que me plantaré aquí
a contemplar con tranquilidad a este general del
ejército
que enarbola su bandera al viento
y cabalga como un demonio en su montura,
listo para matar a todo el que se le ponga por
delante,
listo para que corra la sangre roja por la hierba
nueva y
tierna de la pradera, y que la empapen las
entrañas
de los hombres.
Versión
de Miguel Martínez-Lage
* * *
Mag
Juro por Dios, Mag, que ojalá nunca te hubiera
visto.
Ojalá nunca dejaras tu trabajo para venirte conmigo.
Ojalá jamás hubiéramos pagado el permiso, ni
comprado
un
vestido blanco,
para que te casaras el mismo día en que fuimos
corriendo
a
ver al cura
y le dijimos que nos amaríamos y cuidaríamos uno al
otro
por siempre jamás, siempre que el sol y la lluvia
perdurasen
en
algún rincón.
Sí, ahora es mi deseo que vivieras en otra parte,
bien lejos
de
aquí,
y que yo fuera un vagamundo montado en un
mercancías,
a
dos mil kilómetros, totalmente en la ruina.
Y ojalá
nunca hubiéramos tenido niños
ni
el alquiler, el carbón, la ropa por pagar,
ni
el recadero de la tienda que viene a cobrar lo suyo,
a
cobrar en metálico por alubias y ciruelas.
Ojalá nunca te hubiera visto, Mag
Ojalá nunca hubiéramos tenido niños.
Versión
de Miguel Martínez-Lage
* * *
Negro
Soy el negro.
El que canta canciones,
el que baila...
con más suavidad que el algodón...
con más dureza que la tierra oscura,
los caminos apisonados por el sol,
por los pies descalzos de los esclavos...
espumarajos entre los dientes... estridentes
carcajadas...
amor rojo por la sangre de la mujer,
amor blanco por los negritos que trastabillan...
amor perezoso por el tañer del banjo...
sudoroso, obligado al jornal de la siega,
altas risotadas con las manos como dos jamones,
endurecidos los puños con el mango,
la sonrisa de los sueños, la duermevela en las
junglas de
antaño,
loco como el sol y el rocío y el goteo, como la
poderosa
vida en
la jungla,
meditabundo, triste, farfullando los recuerdos de
los
grilletes:
soy el negro.
Mírame.
Soy el negro.
Versión
de Miguel Martínez-Lage
* * *
Personalidad
(Cavilaciones de un policía adscrito al Despacho
de Identificación)
Has amado a cuarenta mujeres, pero sólo tienes un
pulgar.
Has llevado cien vidas secretas, pero sólo dejas una
huella
dactilar.
Vas por el mundo y combates en un millar de guerras
y
obtienes
todos los honores del mundo, pero
cuando
regresas a tu hogar la huella de uno de los
pulgares
que te dio tu madre es la misma huella
del
pulgar que tenías en el asilo, donde tu madre
te besó
para despedirse.
Del útero revuelto del tiempo provienen millones de
hombres,
cuyos pies atestan la tierra, y se rajan el
cuello
unos a otros por un lugar donde seguir en
pie, y
entre todos ellos no hay dos huellas de
pulgar
que sean iguales.
En alguna parte debe haber un Gran Dios de los
Pulgares,
capaz de
contar por dentro la historia de todo esto.
Versión
de Miguel Martínez-Lage
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