C A R A Y C R U Z
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Por
Jahir Trujillo.
“Apretar una cucharita
entre los dedos y sentir su latido de metal, su advertencia sospechosa”.
Julio
Cortázar.
Caminando
por la carrera Junín en busca de libros viejos y feriados a precio de huevo,
hallé un pequeño legajo de hojas amarillas con una fina letra de imprenta que
apenas parecía asomar la cabeza por encima de la delicada montaña de moho y
roña dejada allí por los años. Me llamó la atención tanta desprotección. Lo
tomé y observé con atención, vi que era un librito emulador de las ediciones de
Norma que conocemos como Cara y Cruz.
(Las hojas estaban secas y templadas como la piel de las tortugas). Por una
cara estaba Mauro Álvarez, escritor ermitaño del cual no tenía hasta ese
momento más referencia que lo leído en su pequeña novela Virginal, además de los comentarios que de la misma había hecho Raúl
Henao en alguna ocasión. Su título, “Los dioses sin razón”, aparecía escrito sobre
la pasta con una tinta acuosa que parecía diluirse con el intenso sol de esa
mañana. Toda la superficie era gris, unos sectores más intensos que otros. Concretamente
una edición sencilla. Al darle vuelta a “Los dioses sin razón”, me encontré con
Eduardo Escobar, −poeta, periodista y escritor, cofundador del
movimiento literario Nadaísta en 1958, junto a Jotamario Arbeláez, Gonzalo
Arango, Amílcar Osorio y Alberto Escobar Ángel, entre otros−. “Segunda
Persona”, −título que reunía los poemas de Escobar−, se
encontraba sin la pasta. La portada del libro (nombre del autor, título
y género, distribuidos de arriba a abajo respectivamente), hacía frente en
solitario a los corpúsculos y limaduras de la calle y los avatares del librero.
Luego de examinarlo
brevemente tomé la decisión de adquirirlo. Las hojas de ese libro se removían
con la más mínima escaramuza del viento.
A veces reflexiono sobre la vida de los libros, que al final se parece a
la de su propio autor. Aunque éstos, por momentos, no dejen de cuestionarse su
propio destino, la paradoja que significa escribir “para nadie” en tiempos de
globalización e industrialización de la cultura. ¿Vale la pena seguir empeñando la palabra en
los subterráneos de la ciudad moderna? Sea cual sea la respuesta, los
escritores auténticos dirán que sí, pero sólo si hay algo que vale la pena ser
dicho. De otro modo sería como encarrilar una piedra más en el vasto tribunal
de las murallas de una cultura, que como dice la Literatura, siempre ha preferido
dar la espalda a los que intentan decirle algo importante al oído.
Mi intención no es hacerle
cortes a esta obra, sugerirle verdades o encumbrarla con frases vacías y
escogidas según mi estado de ánimo. Este es un texto sin intenciones, esa es su
consigna y al tiempo su mayor falsedad. La crítica
literaria cobra réditos cada vez que descuida sus viejas escuelas, cada vez
que se aleja de las “explicaciones formales” para dar espacio al palpitar espontaneo de las
cosas que hay en su interior, en eso profundo que bulle en la superficie. En ocasiones es más
auténtica y sugestiva la anécdota que rodea una obra, que su propio contenido. En
este caso, la que encierra el encuentro del “crítico” con la obra. De ahí que
desestime la necesidad de diseccionar el texto y manosearlo sin ninguna
licencia y autoridad, más que el propio egoísmo y morbo que suscita estar frente a una creación ajena. La poesía es una
fiesta. Es un juego, el más peligroso de los juegos, decía Hölderlin. Es también
un camino, un viaje tortuoso hacia el cielo donde hay que pasar por el
infierno. Pero ya ven, la poesía no tiene punto de partida ni llegada (siempre
cambia). Como la vida, discurre contrariamente a cualquier voluntad. Intentar
explicarla, resumirla, adjetivarla, apropiársela por rumbos distintos a la ruta
trazada por ella misma, es dilatarla, empañarla con el vaho académico que
caracteriza la crítica actual.
El secreto de la
crítica está en la motivación que nos lleve a hacerlo. Así como la del
escritor. Mauro Álvarez en la pequeña introducción de su texto indica algo
importante: “La manera más culta de ocultar, de velar el crimen, es poetizarlo,
sublimándolo”. Aunque lo que siga a su lapidaria frase sean las promesas que un
autor desesperado hace a su “público”: “Si hubiera llevado a efecto, lo que en
los sueños suelo acometer, ningún patíbulo del mundo, se haría cargo de mi
ejecución”. Demasiadas promesas para alguien que no hace del sueño más que una
narración en línea y no, como es honesto, una constatación de la poesía a
través de la propia experiencia del autor.
Veamos lo que “Los dioses sin razón” ocultan:
LA
DAMA
DE
LOS PÉTALOS DE SEDA
A veces, canta,
succiona, oprime;
Devora con su risa
El ate fortuito de la
suerte…..
Si pudiera hacerla
pensar,
Dueña de los senos
Y de las naranjas en
las nubes
−las estrellas, los
dioses y,
Allá, en sí−;
Con, o sin sus
pantuflas
Escasos de dedos.
LA
CHIMENEA
EN
LA NOCHE DE LLUVIA.
No dejo de pensar
Que mi vida es una
leyenda,
Una gaviota que bordea
que las hojas moradas.
En su pico lleva a los
bañistas
Que han reventado de
sol.
La chimenea en su dorso
negro de humo
Permite que las
primeras frases aprendidas
Mueran en la rueda del
cochero
Como una fractura.
Los hombres se agotan,
La música repite y
seduce los siglos
Como cosa fácil,
Como a una manzana.
LAS
PALABRAS
El viento había muerto
Sin comentario.
El hombre volvía a
vivir
En el silencio.
Su sonrisa desafiaba
las semillas
Y los boleros de los
tambores
Ungidos en los juegos.
Las cenizas ocultaban
las escamas
En las formas simples
de las nubes.
EL
CANTO DE LA MADRUGADA
Un tarde
Interrogue el fervor de
la música.
Me levanté,
Quedé como un
espectáculo.
Tras la cortina de mi
rostro
Gorgojeaban los
pájaros.
La muerte desapareció
En el silencio útil
Como puertas cerradas
por el viento.
UNA
NOCHE CON MI AMADA
Se palpa la hembra
Desde el ano
Hasta el celo de ambos
labios
Se abren puertas
Y se crean fantasías.
El rojo tropical de sus
ojos
Desprende visiones…
¡Ríe!
Los dedos se incrustan
En los tallos de las
espigas
Se crea un pasado,
Se imita la agilidad
del gato
Y se pende… pende de
los hombros.
Las cosas así,
Se esparcen en el orden
de las estrellas.
“Segunda
persona” viene con una dedicatoria a Noia (¿la ciudad que se
encuentra en la provincia de La Coruña?). Aunque si es una mujer no tendría por
qué alterar esta nota, las ciudades y las mujeres comparten el misterio del
nacimiento. La ciudad, según lo deja ver Jung, se ha fundado bajo el mito de la
maternidad. “Los poetas tienen el vientre lleno de palabras y fuertes espasmos
abdominales”.
“Buenas noches amor, adoro tus largas orejas”.
Tilín. La frase que rasga el telón y deja al descubierto el primer poema, que
en mi opinión, alcanza lo más selecto de lo reunido en este volumen de poesía.
I.
Al levantarme nombro
las cosas
Desde mi ventana.
Pero las cosas se
esconden
Huyen
De los dedos escapan
Cambian
Ante cada mirada
Otra lengua responde
Burlas peludas
Como oscuras voces inalámbricas.
Me dirás loco si digo
Que ya no recuerdo ni
tu nombre.
Lo que en Mauro Álvarez
descansa en la música, el sueño, la muerte, la mujer, la noche… por sus
insistentes referencias, en Eduardo Escobar es el humor, el malabar, la
ocurrencia:
Tu
cuerpo
Tu
carne
Proteica y dulce
Tu
laringe
Tu
testa.
…la ciudad, el ruido de
las mismas, en fin… Habíamos prometido dar la palabra a los poetas:
IX.
Cuatro dedos y medio
Apretaban
Como a pera jugosa
Tu vientre.
Estrella cuelga
De un hilo.
Huevos de luz
Crecían sobre el
sonido.
El silencio con su
larga
Barba estruendosa
Afinaba la orquesta.
Hubo un grito
Apenas reconocible
En la plena noche.
Garzas
En el viento
De olor de alcoholes
Asombraban los huertos
En la enfermería del
pueblo:
Aborto.
Aborto.
XII.
El mundo no empieza ni
termina contigo
Miro la ciudad
misericordiosa
Afuera ruge.
Y mañana
Polvo
No podrás sostenerte en
la silla.
En la oscuridad creces
Como semilla
Que la planta
De mi pie destruye.
Como si fuera verdad de
verdad
Que se mata
Lo que se ama.
XV.
En la esquina
Era
El invierno
Una cosa común
Y corriente.
Lago
Flotaba
En la nube:
Diluvio / en potencia.
Y el hilo
En la sábana
Se prolongaba
Repitiéndose.
Mirábanse los cuerpos
En la oscuridad!
XXVII.
Oigo
Veo
Entiendo
Palpo
Digo:
La silla
Pule
Tus nalgas
A medida
Que envejeces
Carcomida
Ella misma
Por el comején
Traqueteante.
Puro
Ripio
De mi voz
Eres.
Mientras
Oigo
Veo
Entiendo
Palpo
Comprendo
Caigo.
XXXV.
Usted es sorda
Como el cañón en la
batalla
Como una boca que se
pudre
Como un caníbal
decapitado
Como la adversidad
Y el verano
Usted es sorda.
XXXIX.
Yo soy
Un monstruoso
Animal doble:
De cada hueso
Otro me sobra.
Miro mis dos ombligos
En el espejo
Te miro.
El libro se terminó de
imprimir el día 20 de enero de 1969 en la Editorial Antorcha. Medellín, Colombia.
Bajo el cuidado del editor Jhon Alvarez García. Hasta el día de hoy han pasado 44
largos años por sus hojas cerradas y olvidadas.
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