LOS MAGISTRADOS
Fue en el tiempo de la nana cuando mi
tío erudito, Horacio Francisco de las Mercedes, me aseguró que los
magistrados encanecían en el estudio de la ley. Entonces en la
merienda, al comerme un dulce de leche condensada visualizaba, juntos, a todos
los magistrados. Usaban maleticas o maletines. Recorrían aquel pasillo de un
mármol de mala calidad, poblado por escupideras bronceadas y baratas. (Aunque,
por supuesto, en el tiempo de la leche condensada, mármol y escupideras me
parecían incomparablemente hermosas).
Años después, he visto a los
magistrados caminando por la pantalla de la televisión. No había duda de que
ellos, espectadores de su propio espectáculo, se veían a sí mismos como en un
espejo, caminando. En esa ocasión ellos llegaron, para posar frente a los
fotógrafos, hasta el mismo Salón de las Pasos Perdidos. Pero, lo
curioso del caso fue que algunos magistrados abrieron la gran ventana del salón
para ponerse a mirar ese paisaje de tejados que, en realidad, pertenecía a esa
ciudad de La Habana que ya hace años dejé.
Ahora, inexplicablemente, he empezado a
imaginar que el Presidente ha convocado a los magistrados, para así
interesarlos en varios proyectos de Ley. Ya no estoy, como antes, comiéndome un
dulce de leche condensada, sino que, después de haber regresado de mi trabajo
como bag boy, estoy tomándome una Coca Cola de dieta en la terraza
de esta Playa Albina donde vivo.
Imagino que el Presidente ha convocado
a los magistrados porque teme la reaparición de aquel grupo derechista de
acción (los abecedarios), que fue eliminado por los comunistas cubanos, en
1934. En aquel mismo año, yo era un niño que, con una pelota y unas férreas
reglas de juego, consecutivamente eliminada y resucitaba a los abecedarios. Era
un juego para mí solo, pues si algún niño se acercaba para participar,
inmediatamente desaparecía mi multitud de personajes de acción.
Quizá estoy escribiendo sobre todo
esto, debido a un sueño que acabo de tener. Sueño donde los magistrados se
reúnen para decidir sobre el caso de una virgen autista, ya que haciéndolo así
deciden también sobre la legalidad de unos féretros vacíos.
Hasta estoy recordando que aquel
Presidente, quien tuvo que tener estrechas relaciones con los magistrados,
vestido de dril cien tomó posesión de su cargo, en soleada mañana de un enero
cubano de 1934. Pero, para ser precisos, a esto se le debe añadir una noticia
que, quizás, mi delirio ha inventado. La noticia es la siguiente: aquel día de
la toma de posesión, una comparsa de terroristas catalanes, montados en autos
negros, asustó con sus disparos a la población habanera, pero como por suerte
no hubo ningún herido, y como tampoco volvió a suceder más nada, pude yo, esa misma
tarde, ir al Cine Actualidades para ver una película de Stan Laurel y Ollie
Hardy.
FOTOGRAFÍA DE UNOS CABELLOS
1
Durmiendo la siesta, soñé que le
hablaba a unos compatriotas sobre lo horrible que había sido la Cuba anterior
al Tirano Máximo que ahora la preside. Por eso, casi no podía masticar la copa
de cristal que, mientras hablaba, me iba comiendo.
Después, al despertarme de la siesta,
sentado en la terraza de la Playa Albina, merendé una tostada con mantequilla.
Había muchos pájaros jugando. Los observé con la minuciosidad de un bird
watchery y, mientras ejecutaba esta tarea, disfruté a la vez de un daydream que
continuación, en el siguiente Epígrafe 2 paso a relatar.
2
Ciudad donde, aunque debatiéndose todo,
persistía una enérgica oposición a cualquier señal de innovación.
Periódicamente aparecían leyes aparentemente suaves, pero que en el fondo eran
implacables. Leyes que, por supuesto, degradaban a la población.
Mi casa (casa que en realidad no era
ningún castillo aunque un sueño la hubiese metamorfoseado en castillo) tenía
una sala, totalmente consagrada a eventos fútiles. Por eso, allí llevaba a cabo
un inventario de sueños o, en algunas ocasiones, la emprendía con la biografía
de una virgen autista, sobre la cual no había bibliografía disponible. Pero,
sobre todo, increíblemente refugiado en el sótano de la casa, me llegaba a
sentir feliz cuando, con cierta incongruencia, lograba cortar tiritas
ficticias, extraídas de los recuerdos de mi infancia.
Como se habían suspendido las garantías
constitucionales, la ciudad se había sabía quedado absolutamente desierta. Los
vecinos, dentro de sus habitaciones, no hacían otra cosa que acuchillarse. Y,
salida al balcón, una niña, incivil y grosera, profería muy vergonzosas
palabras en contra de todos los senadores. Ella atolondraba a los vecinos, más
de lo que ellos ya lo estaban.
3
Tres motos pasaron sucesivamente,
ensordeciendo con su ruido la terraza en que estaba sentado. Dos pájaros se
inmovlizaron en un tendido eléctrico. Unos cuantos mosquitos atacaron mi pie
derecho. Así que me decidí abandonar la terraza, pero antes de hacerlo, mirando
al cielo blancuzco de esta Playa Albina, quise ponerle fin al daydream expuesto
en el Epígrafe anterior, adjuntándole esta final visión:
Visión.- Donde lo simpático fue haber logrado fotografías en el momento en que no
se movía una gota de aire, los espléndidos cabellos rojos de esa niña que
insultaba a los senadores.
EL ESCAPARATE CERRADO
Como era niño, pensé que se había
escondido dentro del escaparate aquella ya lejana, oscura noche (estaba
lloviendo) en que, con un poco de retraso (eran más de las 10) llegó el tren al
Paradero de Jagüey Grande. De aquella noche recuerdo, aunque no estoy seguro de
que existiera lo que recuerdo, cosas tales como un gallo, un sonido y, lo que
impreciso es más difícil, un congelarse que acabó hecho trizas.
En el tiempo que pasó esa noche, noche
que al niño le pareció que se había escondido dentro del escaparate, en el
pueblo hubo una joven que se ponía mucho colorete en las mejillas. La joven se
dio candela un día de fiesta, el 20 de mayo de 1934. Pero, aunque en esa fecha
la gente del pueblo estaba obsesionada con el folletín (ése fue el tiempo de
Carlos Gardel, quien murió un año después), no fue el fragmento de melodrama de
la historia de la joven que se dio candela lo que los tocó, sino la locura, la
absoluta locura que esa historia contenía, hasta el grado que incluso el niño,
traduciéndola en sus términos, la identificó con la noche que se había metido
dentro del escaparate.
También, cuando me remonto a aquella
época del escaparate, veo ese carretón del Matadero que, con su carga de carne,
recorría los mediodías de Jagüey Grande. Yo, entonces, como era un niño, no
sólo pensaba que la noche se había metido dentro del escaparate sino que, al
tratar de explicarme el carretón del Matadero, pensaba en un galope que,
inexplicablemente, se convirtiera en halo.
Algo he divisado, pero inmediatamente
después he dejado de divisarlo. Dije que recuerdo, pero repito que no sé si
existieron cosas como un gallo, y un sonido. Y es que ese escaparate cerrado,
¡hay que ver!, o bien ha traslapado a muchos sueños, o bien los sueños se han
traslapado a él.
LA CALLE CORTADA
Un fantasma dijo:
- Hubo un momento,
algún tiempo antes de morirme, en que dejé de ser. Esto que evoco no es nada
confuso. Esto empezó con una calle cortada. Me explico. Fue hace algunos años,
acababa de saber que había muerto el último miembro de mi familia. Así que me
dirigía a la casa donde él había vivido, pero cuando empecé a caminar por la
calle donde estaba su casa, me encontré que esta calle sólo llegaba hasta
cierto punto, pasado el cual ya no había nada. Imagínense, en aquel momento,
cómo me quedé. ¡Horrorizado! Tan horrorizado que me eché a correr, y regresé a
mi casa, y en mi casa me puse a temblar.
Aunque ese horror no me duró mucho,
pues se evaporó al siguiente día, exactamente a las diez de la mañana, cuando
una certeza me hizo saber que ya, sin que me hubiese muerto, yo había dejado de
ser. Efectivamente, primero fue la experiencia de la calle cortada, y al
siguiente día dejé de ser. Pero ¿por qué estoy hablando de esto? Todos lo saben
o, al menos, a todos los viejos les sucede. A uno, los menos, les sucede cuando
cumplen los 60 años. A otros, los más, sólo cuando han avanzado en su vejez les
pasa. Así como también unos viejos, los menos, saben bien por qué, antes de
morir, han dejado de ser; mientras que otros, los más, aunque también les
sucede que no son, nunca se dan por enterados que no son. Pero lo más tremendo
no es esto. Lo más tremendo es que hay ancianos que, aunque llegan hasta el
lugar donde se puede continuar, porque la calle ha sido cortada, nunca se
enteran de lo que ha pasado. ¡Hay que ver! Por eso, ellos no llegan a ser
fantasmas. Para ser fantasmas hay que tener algo en la cabeza, no se pude ser
tan despistado.
LA MAQUINARIA
Para Enrico, para Ida
Primero, en la infancia, se maravilló
con la lluvia que caía frente a un espejo. Después, llegado a la juventud, vino
ese lirismo litratoso con el cual llegó a sentir que aquella lluvia, vaciada,
alquímicamente se petrificaba en aquel espejo. Y, ya que ahora la rígida vejez
le asegura que debe existir una combinación entre los
elementos con que se maravilló su niñez, él desea encontrar la maquinaria que
le revele todo eso. ¡Qué bien!, hubiera dicho Juan Ramón.
La Gaceta. Fondo de Cultura Económica. México. Nro
322. 1997. Págs. 47-49.
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