(…)
Lo segundo proviene de un libro proclamado como “maldito” por los escolásticos
origenistas. Sobre este libro y sobre su aturo ha caído la furia de los que han
visto su juego echado a perder.
Lo
que hizo Lorenzo García Vega fue montarles un nuevo espectáculo de signos que,
desde luego, no supieron interpretar. Estos signos consistían en algo muy
simple pero a su vez inaceptable para los origenistas: en un ensayo de
desmitificación. Desmitificar implica una labor de limpieza, una labor que a
veces arranca el trigo con la mala yerba, es cierto, pero que no por ello deja
de tener una función saludable. “Los Años de Orígenes” constituye, en ese
sentido, una respuesta dada, con dos décadas de anticipación, a las páginas que
ahora publica Fina García Marruz, más o menos, con el mismo tema. Pero con una
salvedad: el libro de Fina escamotea ciertas verdades ocultándolas tras la fraseología
martiana, mientras que Lorenzo emprende una labor profiláctica, labor que lo
lleva, muy a su pesar, a encontrarse con realidades que –y esto me consta- le
fueron dolorosas de aceptar. El libro de Lorenzo quedará, entonces, como un
libro condenado por los guardadores de una pureza que nunca existió pero que
ellos necesitan para justificar otras elecciones que decidieron tomar. No deja
de ser irónico en este caso que el libro más origenista sea el que haya sido
anamatizado por los oficialistas de “Orígenes”. Y afirmo que es el más
origenista, porque en este libro se rescata lo que “Orígenes” pudo ser, como
una especie de nueva era imaginaria, esas que constituyeron el refugio poético
de Lezama Lima.
El
libro tiene otros aspectos que merecen la pena mencionar: figuras esenciales
para la historia de la familia origenista tales como Eliseo Diego y Octavio
Smith aparecen desdibujados, como fantasmas que aparecen sólo los domingos
tormentosos. Me parece que en esto hay el intento de centrar la ocurrencia origenista
en el ámbito de la calle Neptuno, o sea, en el espacio habitado y frecuentado
por los García Marruz, Cintio Vitier y Eliseo Diego, solo que éste desaparece
tras las bambalinas de un escenario que desconoce su protagonismo. Esa
polarización de Neptuno/Trocadero es, sin embargo, significativa. Tal parece
que en la calle lezamaniana (colindante con el barrio marginal de Colón) se
soltaron los demonios de la poesía, mientras que en el Neptuno del Turco
Sentado, se preparaban las aguas lustrales para exorcizarlo. Al fin venció esto
último. Los demonios lezamianos fueron puestos a buen resguardo y con ello le
quitaron a “Orígenes” esa espontaneidad que pudo haber sido uno de sus mejores
rasgos. Pero no, había que constreñirlo todo, había que evitar que “los balones
de colores” que Lezama gustaba de echar a volar, cobrasen plena libertad, había
que hacerlos volver al redil de una “familia” cosida con hilos de telaraña para
allí cocinar el mito de una aventura poética que si existió es porque en el
fondo el Lezama real es más grande que su simulacro, cosa que Lorenzo García
Vega nos hizo ver en “Los Años de Orígenes” y que ahora, Fina García Marruz, en
su retrato de familia pretende borrar (1).
1.
Bajo el título de “Una
Familia habanera”, Eloísa Lezama Lima acaba también de publicar sus memorias
origenistas en Ediciones Universal. En este caso el aluvión de insultos y
mentiras sobre Lorenzo García Vega (más lo que les dedica a mi persona) no hace
sino subrayar el intento de crear una imagen falsa de Lezama y el grupo
origenista.
El oficio de la
mirada. Ensayos de arte y
literatura cubana. Miami. Ediciones Universal. 1998. Págs. 225-226.
0 comentarios:
Publicar un comentario