Especial / El Nuevo Herald
Encuentro
con George Bataille, un hermoso poema: deseo guardarlo, resumirlo, contarlo. Pero sé que un
poema no se puede contar, ni resumir. Aunque..., la tentación es grande, la
tentación de contarle al Lector un poema, como si se tratase de desplegar los
íntimos detalles de una aventura.
Pero...,
repito, la tentación es grande, y como la tentación es grande, no puedo evitar
la compulsión de, por lo menos, enumerarle al Lector las piezas de ese poema Encuentro
con George Bataille: He aquí la enumeración que puedo hacer: ''sombras por
los corredores vacíos de una biblioteca (¿quién, alguna vez, no se ha
encontrado con esas/sombras?); una mosca posada en el espejo, y que con el
toque de la luz se cambia en flor; un huevo cocido al baño de María (¡qué
oportuno este huevo!); una muchacha desnuda en una fuente (¡uf!, esto lo
contaban antes, en la infancia), mientras la está espiando una tremendísima
Celestina encorvada; un ojo de torero que salta; un ojo de torero que salta y
salta (se quiere cosa más grande), por varias partes;/un sol ``obsceno y
sangrante/Entrevisto a ciegas en el culo de un mono/Del zoológico de Londres/Y
que produce sobre el escaparate de la vigilia/El calosfrío de la guillotina
(¡qué bueno está esto!); y, sobre todo, y como tiene que ser en un amante del
Bataille transgresor, un anudamiento donde está ``el lenguaje de la libertad
con el crimen'' (y, sobre todo, advierto que este crimen con libertad, formando
el rebumbio, sí que hace que la cosa, de verdad, se ponga buena).
Pero
¿qué es esto? ¿Quién escribió este poema? Un tremendísimo colombiano por
supuesto, llamado Raúl Henao, lo escribió. Pero, para aclarar las cosas (ya que
yo me siento, a la manera de Goethe, del linaje de esos que de lo oscuro
aspiran a lo claro), voy a hacer clic y, como un muñequito de ciencia-ficción,
me voy a trasladar a un pasado (¡cuántos pasados, ya, tiene uno!).
Algunos
pasajes de tu diario, Rostros del reverso --me decía el poeta
Raúl Henao en una tarde caraqueña que, por haberse quedado presa en la década
del 70, la alucinación ha empezado a embadurnarla--, me parecen escritos bajo
la luz de cierta percepción extrasensorial que proporciona la mariguana.
Era
en una tarde caraqueña, repito. Estábamos en un café al que llamábamos ''El
Mosquero'', al lado de la Editorial Monte Avila, y nos acompañaba el Lector de
la suso Editorial, el chileno Martín Cerda, quien fue el que me presentó al que
acababa de publicar un libro juvenil de poesía, Raúl Henao, el colombiano
nacido en Cali, el 2 de diciembre de 1944. Por aquel entonces, también, Martín
Cerda estaba encargado de la lectura y aprobación de mi libro Los años
de Orígenes, entonces en manuscrito.
--Efectivamente,
en tu diario hay páginas que parecen inspiradas por la mariguana-- volvió a
decir Henao.
Entonces,
la conversación se extendió hasta abarcar los hongos alucinógenos.
Yo
me quedé turulato, al oír decir al joven poeta Henao que mi diario tenía algo
de un fumador de mariguana.
--El
hongo alucinatorio Amanita Muscaria-- siguió diciendo Raúl Henao, identificado
por el etnomicólogo Gordon Wasson con el soma de los hindúes y la ambrosía de
los griegos, era el mismo hongo rojo con lunares blancos que aparece en Alicia
en el País de las Maravillas de Carroll.
Y
entonces hablamos sobre ''la hierba'', como fuente de inspiración. El joven
Raúl, exaltado (o si no estaba exaltado, ahora mi memoria lo inventa así), se
mostró defensor de los estímulos fuertes, pero el chileno Martín Cerda, quien
era un periodista cultural especializado en el estudio del suicidio, no quería
saber nada sobre esos excesos.
Y esta
fue la única vez que he visto a Raúl Henao, el poeta colombiano perteneciente,
generacionalmente, a aquel momento literario de su país en que irrumpió el
movimiento, anti-tradicionalista y anti-católico, conocido como ''nadaísmo'' y
del que, Raúl Henao, no quiere saber nada (en un email me dice
el poeta: 'Sobre el `Nadaísmo' los conocí a todos, pero nunca quise formar
parte de ese movimiento, porque me pareció que se quedaban en la parodia y en
la payasada'').
La
única vez, repito, pero que con ella me bastó, ya que me quedé impresionado con
el entusiasmo transgresor de Raúl.
O
sea, lo que estoy queriendo decir es que el Raúl Henao que conocí, en aquel
lejano día de la década del 70, ya estaba metido en el berrinche, o
transgresión, de este Encuentro con George Bataille, cuyas piezas
acabo de enumerar.
O
sea, para hablar aristotélicamente, desde aquella lejana tarde en un
''mosquero'' caraqueño, ya Raúl Henao era en potencia, sino en acto, el que
iba, con Bataille, a dar el berrinche colombiano.
¿Qué
más? Pues que ahora me encuentro con un libro de Raúl Henao, Sol negro (edición
de la Universidad Nacional de Colombia), donde me asalta Bataille con la cita
conque comienza el libro: 'El sol ama exclusivamente la noche'; y donde aparece
el poema de este tremebundo francés que acabo de enumerar; y donde, sobre todo,
me vuelvo a encontrar con aquel joven que, frente a un chileno especialista en
el suicidio, me habló sobre la ''yerba'', en una tarde caraqueña.
¡Una
buena barahúnda con la imagen!, entonces, este sol nocharniego que, como un
burujón, nos envía Raúl para, sin darnos tregua, batuquearnos. Y esto con:
``--negras parejas de enamorados bajo la escalera desportillada del hotel; --o
con el sueño de un viudo donde a la entrada del cine hay un marcapasos; --o
donde, en fin, encarna a cada paso la oportuna cita que, del Pierre Reverdy,
nos hace Henao: ``Todo arde en el circo/que estalla en risas''.
Buena
lectura, entonces, la de este transgresor Henao, para ofrecérsela al Lector.
*
Lorenzo García Vega: “Origenista” cubano.
Tiene actualmente ochenta y un años. Vive en Playa Albina, Miami. USA.
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