Quien
busque en Galería de espejos, el más reciente libro de ensayos del poeta
colombiano Juan Manuel Roca, una minuciosa descripción de las influencias y los
resultados de cada generación poética nacional, un cruce de miradas que sin
descuidar los mecanismos de la estética eche mano de datos sociológicos y
políticos para trazar un panorama a la vez amplio y detallado, no encontrará
nada de ello en el volumen editado por Alfaguara.
Sin embargo, lo anterior no le resta importancia al trabajo a todas luces honesto del bardo antioqueño. El mismo Roca reconoce la subjetividad de su exploración al mencionar en las líneas liminares del capítulo Los espejos fragmentados, el ineludible acento personal de cada sentencia: No todos los espejos nos devuelven la misma mirada. En una galería de ellos siempre hay una luz distinta. Antes de comentar la imagen devuelta por la luna de esas páginas, menciono la valía del testimonio dado por los protagonistas de la historia –en el fondo la obra glosada no es cosa distinta a una bitácora de lectura, a las memorias codificadas del autor–, pues si bien carece del pulso taxidérmico de la academia revela caracteres sólo visibles para los artistas.
Cualquiera provisto de mediana sensatez le prestará atención a
la conversación sostenida sobre cine por Truffaut y Hitchcock; también se la
dará, desde luego, a las opiniones de uno de los nombres significativos de la
lírica latinoamericana vigente, así estas, lo repito, no pasen de ser
impresiones cimentadas en la intuición, verbigracia la creencia de que a pesar
de su condición de operas primas Suenan timbres y Los poemas de la ofensa hacen
palidecer el resto de la producción de Vidales y Jaramillo Escobar. No hay
sorpresas, salvo quizá el lugar marginal otorgado a la obra de William Ospina,
ni sobresaltos, en la revista de Roca; tampoco, omisiones mayúsculas ni
inclusiones polémicas. El saldo de decapitaciones es bajo, apenas dos:
Guillermo Valencia y Gonzalo Arango.
El primero encarna la antítesis de la buena poesía mientras el
autoproclamado profeta del nadaísmo es puesto en la frontera del chispeante
prosista y del versificador nadista –perdonen el roqueano juego de palabras–. A
última hora recibe indulto Eduardo Carranza al trocar las muchachas suspirantes
de Canciones para iniciar una fiesta por la cofradía de fantasmas de Epístola
mortal. Los aplausos son ofrendados, en orden de intensidad y duración, a
Aurelio Arturo, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Mutis, Luis Vidales, Luis Carlos
López, de quien se nos informa que la desviación de un ojo y no su ausencia fue
el padecimiento ocular del cartagenero; Jorge Gaitán Durán y Fernando Charry
Lara. Lo dicho: ni sorpresas ni sobresaltos. Un lector informado habría
delineado un croquis similar, aunque difícilmente con semejante destreza.
Algunos pasajes del libro en comento, con leves
variaciones, hacen parte de Cartógrafa memoria (2003), publicado por el Fondo
Editorial de la Universidad Eafit – concretamente los dedicados a José Asunción
Silva, Aurelio Arturo, Luis Vidales y el ensayo final sobre la incidencia de la
confrontación armada en la ars poética colombiana–. En diversos momentos, el
autor señala con acierto que la suya es una de las tantas historias de la
poesía colombiana de la centuria pasada. Diestro poeta, novelista de cortos
alcances, ensayista ajeno a la querella, ingenioso hacedor de travesuras
verbales –quien haya asistido a una de sus conferencias atesora varias–, cuentista
prescindible y periodista de ocasión, Roca conquistó un sitio nada despreciable
en el actual horizonte de las letras hispanas. Con el paso de los años aumenta
el número de voces que lo incluyen en las quinielas del Nobel de Literatura. A
fin de cuentas, eso no importa. Perteneciente a la generación desencantada
–propone el término inxilio para llamar a los líricos aparecidos una vez el
incendio del nadaísmo perdió altivez–, califica la creación poética a partir de
su consciente alejamiento de la gravedad de opereta y de la manía de encontrar
en todo lado, incluso en la amada vulva, un jardín.
Galería de espejos. Juan Manuel Roca. 2012. Alfaguara.298
págs. Ensayo.
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