La
acción subversiva de la poesía (I)
Hay una fuerza en el
hombre, proveniente del simple hecho de vivir, que condiciona su destino de
modo fatal. Esta fuerza se vuelve visible a cada momento a través de las
manifestaciones del amor, que tiende a trascender del individuo en una comunión
con el todo, tiene sus propias leyes irreductibles a los esquemas racionales.
La poesía aparece como expresión de ese impulso hacia el cumplimiento de un
destino vital, y la fatalidad de ese destino se revela en la poesía como un
hecho indiscutible. La poesía no es, por consiguiente, un lujo o un
divertimiento, sino una necesidad, del mismo modo que lo es el amor. Todas las
otras necesidades, aun las más perentorias, están subordinadas a esos dos, que
en definitiva son los dos aspectos de una misma energía primordial que le
confiere su verdadero sentido a la vida. Si penetramos profundamente en el significado
del viejo refrán “No sólo de pan vive el hombre” comprobaremos que la lúcida
sabiduría popular llega a una convicción análoga. Prescindir de la poesía
equivaldría a renunciar a la vida.
Considerado así, lo
poético no reside sólo en la palabra; es una manera de actuar, una manera de
estar en el mundo y convivir con los seres y las cosas. El lenguaje poético en
sus distintas formas (forma plástica, forma verbal, forma musical) no hace más
que objetar de un modo comunicable, mediante los signos propios de cada
lenguaje particular, esa fuerza expansiva de lo vital. Como consecuencia, el
mundo poético está en todos, en la medida en que cada hombre es un ser
integral. La clara consigna de Lautréamont, “La poesía debe ser hecha por
todos”, no tiene otro sentido. Aquél que ignora la poesía es un mutilado, tal
como lo es aquel que ignora el amor.
La última afirmación
podría sugerirnos la idea de que vivimos en un mundo de mutilados, pero no es
así: lo que habitualmente encontramos no es la falta de impulso poético sino su
represión. Y está reprimido porque vivir hacia lo ilimitado, como exige la
poesía, es decir, vivir en la dimensión total, no resulta conveniente para las
fuerzas opresoras que dominan el mundo. Aceptar ese modo de vivir significaría
prestarle al hombre un carácter casi divino, lo que no interesa a los
detentadores del poder, que prefieren considerar al hombre como un objeto, como
algo inmóvil y sin dimensión. Para anular a la poesía se ha creado toda una
organización de falso pudor, parecida a la que existe para limitar la extensión
del amor. Por el crimen de pornografía se condena al amor sin trabas. Parecida
condena de pornografía amenaza a la poesía auténtica, sin trabas. Los dos
procesos que abren el camino de la libertad, de la aventura, de lo imprevisto y
de la exaltación, se ven constreñidos a la categoría de parias sociales.
Abierto el camino de la
libertad por la poesía, se establece automáticamente su acción subversiva. La
poesía se convierte entonces en instrumento de lucha en pro de una condición
humana en consonancia con las aspiraciones totales del hombre. Ceder a la
exigencia de la poesía significa romper las ataduras creadas por el mundo
cerrado de lo convencional.
Esta función de ruptura
no pasa inadvertida para quienes aspiran a una convivencia basada en la
sumisión. Tampoco pasa inadvertida la importancia, la verdadera necesidad de la
poesía como factor de expresión vital. La solución contemporánea de estos dos
problemas la logran los detentadores del poder domesticando a los poetas,
volviéndolos inofensivos, para que ofrezcan un producto falsificado o
desnaturalizado que con el título de poesía reciba los honores oficiales, las
prebendas. Así se logra un alimento sustitutivo de la pasión poética, que puede
designarse con el nombre de poesía “oficial” y que es la negación total de la
poesía. Así se alcanza el ideal de los carceleros: lanzar a los poetas contra
la poesía.
Por este mecanismo de
sustitución, el verdadero poeta queda fuera de la ley, y para darle a su
engañifa características de consenso, los carceleros someten a los poetas a la
repulsa de la opinión pública. Los detentadores del poder fabrican la llamada
opinión pública, y ésta actúa dócilmente en defensa de los intereses que
propician la sumisión. La opinión pública es la opinión de los hombres sin
opinión, y éstos condenan la poesía. En el momento en que la poesía es colocada
fuera de la ley aparece como consecuencia ineludible la figura del poeta
repudiado: la poesía se vuelve maldita.
No todos los poetas
ceden a la presión del poder y de la opinión pública. Dante, Villon, Blake,
Rimbaud, Lautréamont, Artaud, agitaron en una u otra forma el látigo liberador.
Pero hay poetas que se rinden, que claudican, y esta claudicación se obtiene a
veces por los medios más indirectos. Uno de los medios indirectos de sumisión,
en el que caen a menudo verdaderos poetas es el esteticismo. El arte por el
arte significa siempre un arte sometido, que rehuye el peligro y busca el calor
de los aplausos.
Pero esto no quiere
decir que la acción subversiva de la poesía se realice mediante el tratamiento
directo de los temas de subversión. No necesita por ejemplo, cantar a la
libertad (palabra degradada por los falsarios de todos los colores) pues cantar
a la libertad ha demostrado ser uno de los recursos de los propiciadores de la
esclavitud. La libertad vive en la poesía misma, en su manera de expandirse sin
trabas, en su poder explosivo. Está implícita en el acto de la creación, en ese
modo de surgir de las zonas del espíritu donde reina la insumisión, donde es
libre en todas las dimensiones. Libre de los esquemas de la razón, libre de las
normas sociales, libre de las prohibiciones, libre de los prejuicios, libre de
los cánones, libre del miedo, libre de las rigideces morales, libre de los
dogmas, libre de sí misma. En esa zona del espíritu vive la experiencia
milenaria de la especie, vive el sentido del hombre, se forman los deseos y las
formas impulsoras de la dinámica vital. Allí se establece el vínculo real con
el mundo a través de la única vía libre que lleva al universo todo. En esa zona
se gesta el milagro, nace la excepción. La poesía tiene allí su imperio, y allí
están las fuentes de la imaginación creadora que participa con las potencias
del amor en la construcción del ser auténtico, que cuando se lo percibe dentro
de sí determina la aparición de un orgullo silencioso y secreto, un orgullo que
toma frecuentemente la apariencia de la humildad, y que es patrimonio casi
exclusivo, en su monstruosa magnitud, de los santos y de los poetas.
La acción subversiva se
manifiesta al ofrecernos la poesía la imagen de un universo en metamorfosis en
oposición al universo rígido que nos imponen las conversaciones. La imagen
poética en todas sus formas actúa como desintegradora de ese mundo
convencional, nos muestra su fragilidad y su artificio, lo sustituye por otro
palpitante y viviente que responde al deseo del hombre. Por eso la poesía auténtica
degrada a quienes aspiran a existir en un medio dominado por la quietud, un
medio pasivo, sin riesgos y sin imprevistos. Ese medio es un esquema irreal,
abstracto, desvitalizado; es el falso mundo de la seguridad, que se parece más
a un mundo de fantasmas que las más desaforadas creaciones de la imaginación
poética. Para completar la paradoja, los defensores de ese mundo irreal se
llaman a sí mismos, realistas.
*****
La
acción subversiva de la poesía (II)
Una actitud
disconformista señala el paso inicial que dirige al hombre hacia el centro de
acción de la poesía. El poeta se coloca frente a la sociedad aceptada y
manejada por los conformistas. La maquinaria social al servicio de una
organización deshumanizada reduce a los hombres a números, y cierra todos los
caminos. Los que sueñan con el poder, cualquiera que fuere el mecanismo de éste
(el dinero, la fuerza, el soborno, el chantaje, la política, el terror) tienden
a reducir la conciencia de los hombres a cero. El mundo se convierte así en un
reducto sin puertas ni ventanas, domine el patrón oro, o domine la burocracia.
La poesía abre puertas y ventanas tanto hacia afuera, hacia el mundo, como
hacia adentro, hacia el hombre.
Pero indudablemente la
poesía, al introducirnos en el misterio de lo real, nos descubre una vasta zona
de peligro, una región inquietante y turbadora. Muchas veces lo poético toma la
forma de un acto de violenta provocación y aparece como antipoético, como
negador de la creación. Cuando Marcel Duchamp expuso una rueda de bicicleta o
un portabotellas con la pretensión de que constituyesen obras de arte, realizó
un acto poético del más alto valor subversivo. Lo mismo Rimbaud, al renunciar a
la poesía, lleva a su extremo límite la actitud subversiva del poeta. La
insumisión alcanza ese límite extremo en el momento en que proclama la negación
de la poesía, y ese momento aparece cuando la poesía está seriamente amenazada de
domesticidad. Así, lo antipoético se convierte en el valor supremo de
subversión y en el mecanismo utilizado por los verdaderos poetas en defensa de
la poesía en peligro, para reconquistar su fuerza liberadora. Mediante lo
antipoético, se retorna al punto cero, en contacto con la fuente originaria,
con el fuego central.
En el proceso utilizado
para domesticar a los poetas, el aplauso, el consenso elogioso, la popularidad,
son los factores más peligrosos. El poeta que sucumbe a la tormenta de los
aplausos debe pensar que los imbéciles, que forman la gran masa de los llamados
entendidos, no se equivocan nunca: sólo aclaman lo inofensivo. El poeta debe
desconfiar de ese aplauso, de ese elogio unánime, con el que fabrican las rejas
de su prisión. Por eso Bretón lanzó un alerta lúcido a los poetas al decir: “La
aprobación del público debe rehuirse por encima de todo”. Pues un poeta
domesticado por el elogio tiene más valor para los predicadores de la sumisión
que los inocentes versificadores que ellos presentan como sustituto. El poeta
domesticado se convierte en ejemplo de la inutilidad de ser libre. Como el león
domesticado, es una caricatura grotesca de un gran señor de la libertad, y sus
rugidos adquieren entonces acentos de canto de ruiseñor. No es la confortable y
estéril placidez de los parques artificiales la que conviene al poeta; su poder
combativo y creador se exalta en la sorda lucha de la selva, y para el poeta de
hoy la selva ha encontrado residencia en las grandes metrópolis, donde brotan
del suelo gigantescos rascacielos, donde la vida se ve vuelta en la mañana
inextricable y despiadada de un mundo mecanizado, y hombres-serpientes y
hombres-chacales pululan por las calles.
El humor es el elemento
que provee a la poesía de su mayor virulencia. Acerado como la luz, el humor se
constituye en la vanguardia combativa en pro de la autenticidad del ser. Con su
filo luminoso corta la oscuridad, y aporta el fuego que consume lo muerto y
reanima lo vivo. Contiene el feroz deseo del hombre en su virtualidad renovadora,
que corroe el mundo de lo inmóvil y lo opaco.
Latente o concreta, la
subversión contenida en la poesía auténtica no ofrece dudas; pero la poesía no
se reduce a un acto negativo puro: contemporáneamente a su acción provocadora
afirma su fe en un mundo mejor que responda a la íntima realidad del hombre.
Por eso sostiene una posición de recuperación de todos los antiguos mitos que
ofrecen salida al desamparo: el mito del paraíso terrenal, el mito de la edad
de oro. La poesía cree en esos mitos así como cree en la fuerza todopoderosa
del amor. En esa común pasión coinciden los poetas con los fundadores de
religiones. Esa es la causa por la que El sermón de la montaña se reúne con Así
hablaba Zaratustra en la misma defensa del hombre. También los poetas hacen
suya la memoria de los mártires que buscaron cambiar la condición humana, pues
las torturas infligidas a os santos, a los revolucionarios y a los poetas,
tienen todas el mismo significado de persecución del espíritu poético, de
aniquilación del hombre que no se resigna a un destino sórdido. En una misma
veneración se engloba a Jesucristo, Giordano Bruno, el obrero-poeta Bartolomeo
Vanzetti y Antonin Artaud.
En una época como la
actual, en la que la poesía tiende a la domesticación por los más variados
mecanismos en los más variados regímenes sociales, los poetas auténticos se
encuentran siempre alertas, aunque estén reducidos a la soledad o compelidos
por la fuerza y el terror. De pronto aparecen los Vosnesensky, los Evtuchenko
para recordar los derechos inalienables del hombre. Estamos próximos al momento
en que la revolución en defensa del hombre se desarrollará en el plano de lo
poético.
* Extraído del libro "Para contribuir a la confusión general", Ediciones Nueva Visión, 1965.
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