CUATRO POEMADS DE ALBERT SAMAIN
Traducción de Eduardo Castillo
"Retrato del poeta francés Albert Samain"
I. KEEPSAKE
Su
veste era de gasas y de tules salpicada de rosas
y
camelias en flor, y eran azules sus pupilas extrañas,
glaciales
cual las aguas misteriosas cuyo nivel sereno
sueña
á la luz, al pie de las montañas. Las voces sollozantes del Tirreno
arrullaban
su vida en pétalos süaves esparcida….
Ella
desfallecía en el encanto
diurno
–los pies en cruz, – y los cristales polífonos y tenues de su canto
evocaban
el llanto
del
proscripto que vaga en extranjera región.
En
caprichosas espirales
se
enroscaba á su brazo una pulsera, una ajorca de hierro,
en
que un nombre sonoro se leía, un brazalete sólido que hacía pensar en las
argollas del destierro sin esperanza….
Entre
perfumes suaves la joven expiraba, y sus pupilas
inmóviles
y graves fijabánse en las ondas intranquilas del azogado piélago, en las naves
que
cortaban el tierno azul del mar; sin transición alguna en la tarde dorada y
oportuna
partía
del otoño…. hacia el invierno con dulzura infinita
con
austera bondad…. Y era cual una música pasional que se marchita.
Eduardo Castillo
«Keepsake», El Nuevo
Tiempo Literario, Bogotá, 5 de noviembre de 1905. «Keepsake», en: Au
Jardin de L’Infante.
*****
II. APOTEOSIS
(LE
SACRE)
La
Catedral temblaba con el vibrar sonoro
de
sus bronces; tronaban los cañones distantes, mecíanse en el viento mil flámulas
triunfantes y cánticos de gloria timbraban en el coro.
Inclinóse
el Monarca con soberbio decoro,
y
entre un desfile inmenso de luces vacilantes, adelantóse el Papa, cubierto de
diamantes, llevando entre los dedos una corona de oro.
–Hijo….
– exclamó el Pontífice con voz calmada. Entonces hubo un silencio grave.
Calláronse los bronces
y
los clamores sordos del pueblo en regocijo; y por un breve instante, ¡oh César
poderoso! sólo se oyó en la calma del templo majestuoso
la
voz de una viejilla que lloraba por su hijo……..
Eduardo Castillo
«Apoteosis»,
El Nuevo Tiempo Literario, Bogotá, 28 de enero de 1906. «Le Sacre», en: Au
Jardin de L’Infante.
*****
III. OTOÑO
Para Milciades Peralta
Con
pasos mesurados por la avenida fría vagamos taciturnos bajo la paz del cielo;
la tarde otoñal sufre no sé qué nostalgía, y en una indefinible, brumosa
lejanía
pasan
mujeres blancas con túnicas de duelo. Como una inverosímil violeta, en el ocaso
deshójase la hora muriente. En la avenida cada hoja susurrante y enferma que al
acaso rueda de la arboleda con un fru-fru de raso, evoca en nuestras almas
alguna ilusión ida. Su corazón ya frío, y el mío, indiferente, sueñan,
aletargados, con un distinto puerto, pero en la tarde hay una dulzura tan
doliente,
tan
suave, que olvidamos nuestro vivir incierto, y en la desesperanza del día que
se aleja hablamos en voz baja, que tiene algo de queja,
de
nuestro amor difunto, como de un niño muerto….
Eduardo Castillo
«Otoño», El Nuevo
Tiempo Literario, Bogotá, 27 de enero de 1907. «Autumne», en: Au Jardin
de L’Infante.
*****
IV. DILECCIÓN
Busco
y amo lo vago, lo indecible: las armonías, las esencias raras,
los
ojos de color indefinible, las cabelleras y las sedas claras.
Por
eso adoro sus melenas–blondas como el grumo de miel que en los panales deja la
abeja– y sus pupilas hondas
y
sus dos manos sobrenaturales.
Y
amo también su corazón, sagrario oculto al ojo humano, en donde brilla –tal un
inextinguible lampadario
en
la penumbra azul de una capilla– un amor escondido y solitario.
Eduardo Castillo
«Dilección», El
Nuevo Tiempo Literario, Bogotá, 3 de febrero de 1907. «Dilección», en: Au
Jardin de L’Infante.
0 comentarios:
Publicar un comentario