JORGE ISAACS Y
EL NADAISMO, ¿FRENTE A DIENTE?[1]
ARMANDO ROMERO*
Blanco más fácil no
podía ser para el nadaísmo la figura en cuerpo y obra de Jorge Isaacs. La sola
imagen de su obra, estancada según los nadaístas en un Valle del Cauca
conservador y retrógrado, era motivo de sus mejores y más ponzoñosos dardos y
petardos. Dispuestos a borrar de un plumazo todo el pasado literario colombiano
que identificaban con la clase dominante, y también con la pasiva clase no
dominante, se quemaron libros, se rompieron versos. Sólo Guillermo Valencia
superaba a Isaacs en esta necesidad de desacralización. Al cabo de los años, es
importante volver sobre ese momento histórico y ver qué pasó y que ha pasado
con la posición de los nadaístas con respecto a Isaacs. ¿Todavía frente a
diente?
Las relaciones del nadaísmo
con la literatura colombiana, con su establecimiento literario, cultural y
político no fueron siempre muy afortunadas, para decir lo menos. Ya desde el
inicio del nadaísmo, Gonzalo Arango lanza como presentación y ataque el
"Mensaje nadaísta anti-académico", que así comienza:
Señores parásitos de la
academia: ¿Quieren saber quienes somos los nadaístas? Somos santos un poco
extraños que por boca de hombres profetizan la Oscuridad Nueva. Somos también
los chancros de la belleza literaria. Somos además los atorrantes profetas de una
barbarie alucinada.
Para decir luego al
referirse a los académicos:
Queridos viejos
reumáticos:
Ustedes existen ¿y qué?
A nadie le importa (…) Es triste contemplar el ridículo alboroto de sus
existencias en torno a lo que ustedes son: una manada de vejetes con peluca,
caspa, dientes postizos, vicios solitarios y paraguas con capacidad ecuménica
de ensombrecer el sol cuando sacan el perro a mear en el parque.
Ustedes se han pasado
la vida parpadeando ante los libros para acabar en un oscuro prostatismo y ser
los policías del orden público idiomático. ¿No les duelen mucho las nalgas de
estar sentados en esos viejos bancos discutiendo si "Güevonada" se
escribe con B ebria o teologal? ¿Por qué desprecian así la vida? ¿Por qué no se
consiguen una amante y van a dorarse a las playas en lugar de agotar su pobre
energía en medio de elucubraciones calvas y dolor de hígado? Cómprense unos
zapatos de gamuza, una guayabera y una camisa-roja, y en vez de dormir al lado
de alguna acabada vieja menopáusica váyanse a bailar chachachá en los horribles
sótanos de la noche y emborrachen hasta el último gusano de su aparato
digestivo.
Más tarde se sucederían
otros manifiestos contra los intelectuales colombianos, entre ellos el célebre
"Manifiesto contra los escribanos católicos", el cual causó una gran
revuelta y repulsión en la clase inteligente del país, así como el
"Mensaje bisiesto a los intelectuales colombianos". Ácidamente
crítica, la posición del nadaísmo no podía encajar de ninguna manera con una
novela como María. Tal vez por desconocimiento de la difusa figura intelectual
y de la obra de Jorge Isaacs. Así, cuando Isaacs salía de frente, los nadaístas
pelaban los dientes.
Años más tarde, Gonzalo
Arango, en un mensaje contra el poeta Julio Flórez, dice:
También a la cultura
nacional ha llegado la "Transformación". Inspirados en Proust, sus
dirigentes han salido en busca del tiempo perdido, y lo han encontrado en las
tumbas de sus muertos. Julio Flórez, Jorge Isaacs, esos plumíferos inmortales
han sido desenterrados por sus reverentes y serviles sepultureros. El aire de
la literatura apesta con estas excavaciones al pasado. Todo lo que han logrado
demostrar es que sus muertos están definitivamente podridos.
Gonzalo Arango sabía
bien que esta pelea contra el pasado era absurda, pero había que pelearla. A
Breton no se le hubiera ocurrido pelear contra Chateaubriand, sí contra Anatole
France, contra André Gide. Pero los nadaístas comprendían que Colombia era el
país de un tiempo detenido, el cual funcionaba al unísono con el país de un
tiempo en movimiento. Y los enfurecía que el tiempo detenido no deparara
sabiduría, reflexión, alta espiritualidad, y que el tiempo en movimiento no
conllevara progreso, cambio. Así, la pelea era contra todos, no importa que
trajera al ring a ancianos venerables del siglo XIX como Caro, Suárez o Cuervo
(los paladines de la odiada academia) o a atletas formidables de pleno siglo
XX, como Eduardo Carranza, Jorge Zalamea o Gabriel García Márquez.
Por esta razón, el
enfrentamiento con Jorge Isaacs, y su novela María, no tiene sentido si lo
vemos con los ojos de Borges o de Pedro Henríquez Ureña o de Alfonso Reyes,
quienes podían ir directamente a las fuentes de la tradición sin el
entorpecimiento de una historia nacional marcada por la violencia y la discriminación.
Pero si lo vemos con los ojos de los muchachos de provincia colombiana en las
décadas del 50 y el 60, egresados de la más brutal escuela de violencia que
país latinoamericano haya conocido, entonces esta pelea se torna necesaria,
saludable, y estoy seguro que el mismo Jorge Isaacs la hubiera entendido, sino
aplaudido.
Revisemos ahora
rápidamente algunas ideas antes de seguir adelante. Como todo movimiento de
cola romántica, el nadaísmo siempre tenía que mordérsela. Así, su anti-programa
poético no lo lleva a pensar como Hölderlin (según nos cuenta Heidegger) que
"la poesía es la más inocentes de todas las ocupaciones"; por lo
contrario, en sus primeras proclamas, Gonzalo Arango declara a los nadaístas
como "Geniales, locos y peligrosos", de tal manera que la
"inocencia" romántica da paso a la "perversión" barroca, ya
que el poeta nadaísta no está como mediador de un referente de belleza sino
como promotor de una figura autorreferencial, el poeta mismo, cuyo eje de
belleza no giraba en la armonía sino en la ruptura de todos los centros, todos
los márgenes. Ahora bien, en lo que sí estaban de acuerdo los nadaístas con las
proposiciones visionarias de Hölderlin, era que "el lenguaje es el más
peligroso de todos los bienes". Las palabras se convirtieron en armas
blancas, negras, sucias, de juego y de fuego: "La policía de
Manizales", un poema de Jotamario, era una "bala - da".
Lo primero que cae es
la virginidad de María, por supuesto. Había que violar al icono nacional,
romper en pedazos el discurso social, cultural y político del país que ella
encarnaba. Esa virginidad defendida a calzón quitado por Luis Carlos Velasco
Madriñán y por Mario Carvajal, representantes en Cali del pensamiento más
conservador y retrógrado, a ojos de los nadaístas. Jorge Isaacs, y su novela
María, me recordaba con acierto Darío Henao, mientras dejábamos atrás las
yerbas azules de Kentucky, habían pasado a ser posesión de la clase dirigente
local caleña, y por extensión, de la colombiana. Interesante caso el de Isaacs,
que no sólo pierde sus tierras frente a los terratenientes, las cuales nunca
podrá rescatar en esa búsqueda del paraíso perdido en que se convierte su vida,
sino que también su obra pasará a ser patrimonio de ese mismo grupo social.
"¡Extraños habitan hoy la casa de mis padres!", recordemos que
exclama con dolor en María.
La idea nadaísta de
poner el busto de Brigitte Bardot en reemplazo de la estatua en el Parque de
Efraín y María en Cali, puede hoy parecernos infantil, pero en la Cali de ese
entonces despertó muchos odios como buenas risas. Los más conspicuos críticos
del nadaísmo, los amigos de la izquierda, recuerdo que señalaban con desdén que
hasta en sus modelos eróticos los nadaístas eran afrancesados,
extranjerizantes. No sabían probablemente, estos buenos hijos de las
circunstancias, que María, el modelo de la prometida virgen nacional, era
judía, de padres ingleses, nacida en el Caribe. Pero por otro lado tenían
razón, ya que el surrealismo, el existencialismo, la Piaff, Sartre y la Boudoir,
hacían de las suyas en las bibliotecas y charlas nadaístas.
Resumiendo, podíamos
señalar que el ataque a Isaacs y María de los nadaístas iba contra los patrones
de conducta sexual y erótica del siglo XIX, contra el núcleo familiar, la
educación religiosa, perpetuados por las instituciones nacionales en pleno
siglo XX, y contra las estructuras esclavistas, paternalistas, que tenía la
alta clase social colombiana, y que bien se reflejaban en la novela. No era
posible para el nadaísmo tener otra lectura de María, lectura donde se
proyectara históricamente el alto erotismo de la prosa de Isaacs, sus
descripciones de preludio nabokoviano, su visión de una clase marcada por el
criollismo y la presencia del inmigrante europeo, donde el componente religioso
juega un papel importante. Es decir, que no correspondía al nadaísmo establecer
un diálogo constructivo con una figura como Isaacs, substraerlo de la
maquinaria política que lo había convertido en uno más contra la mayoría de los
colombianos, aquellos que día a día tenían que soportar el castigo de una
violencia heredada desde la fundación de la patria.
Pero más allá de estos
componentes sociales que establecen las diferencias, los puntos de choque entre
Isaacs y el nadaísmo, está la presencia del lenguaje, ya que "uno de los
grandes problemas en la historia de Colombia había sido la imposición al
pueblo, por parte de sus gobernantes y educadores, de un idioma español pulcro
y correcto como modelo de identificación cultural y social". La necesidad
de los nadaístas de romper con esta cédula de ciudadanía idiomática los llevó
también a intentar romper, a su manera, con "el tradicional acento
idiomático del español", para decirlo a la manera de Tomás Navarro Tomás,
el cual venía de generación en generación desde la colonia. Esta abrupta
ruptura con la tradición, que vista desde el ángulo de la cultura podría ser un
empobrecimiento, era absolutamente necesaria en un país que sólo había
aprendido a reflexionar por la violencia. Los nadaístas, que recibían un Isaacs
transformado por la academia y los dirigentes intelectuales del país, como
señala Gonzalo Arango, no podían ver el poder dinámico de la palabra, y por
ende, del lenguaje, en el trabajo creativo de Isaacs. Es por esto, repito, que
se les escapaba la actualidad de María, que visualizaba Borges.
Luego de haber tomado
estas notas anteriores en el café Sitwells de la calle Ludlow, en Cincinnati,
decidí venirme de secreto unos días antes a Cali, e invitar a algunos de los
poetas nadaístas a dialogar sobre Isaacs, prometiéndoles que no le iba a contar
a nadie lo que dijeran, lo cual los tuvo sin cuidado, por supuesto. No fue una
charla fácil porque mientras Jaime Jaramillo Escobar miraba ansiosamente la
hora, no fuera que lo dejara el bus que lo llevaría a una piscina cerca de Cañasgordas,
Eduardo Escobar enviaba su columna habitual a El Tiempo vía correo electrónico.
Por otro lado, Jotamario trataba de poner un escocés en su vaso, sin mucho
acierto porque sus ojos estaban al otro lado de la calle donde una falda de
mujer daba golpazos contra la luz, y Elmo Valencia estrenaba de nuevo su
poderosa risa diciendo una y otra vez:
-¿A quién se le ocurre
hablar de Isaacs, si ya María tomó jugo de Borojó?
-Poetas hermanos les
dije-, ¿que tal si me dicen cómo los agarró por primera vez este don Jorge y su
novela?
-En mi casa dijo Jaime
Jaramillo rápidamente-. Mi padre era maestro de escuela. Había una biblioteca.
Mi madre y sus amigas se reunían para leer novelas ciertos días, en la tarde.
En esa época María era muy popular.
Eduardo Escobar,
dirigiéndose a Jaime, dijo:
-Yo no sé si mi madre
leyó alguna vez María, esa novela lacrimógena y alabada. O los poemas de
Epifanio Mejía y Rubén Darío, cuyos versos se escapaban entre sus suspiros
mientras oficiaba en los menesteres de la casta casa. Como haya sido, María, y
claro, su sombra, el joven Efraín, o mejor dicho sus prestigiosos, pálidos,
malolientes fantasmas, venían a la charla de la familia por variados caminos.
Cuando un par de sobrinos meloseaban bajo una madreselva resultaban semejantes
a Efraín y María.
Jotamario, quien ya
había logrado servirse bien su escocés, colocó una silla junto a la ventana que
daba a la calle, para no perder su punto de mira, y sonriendo dijo:
-Tendría 16 años cuando
el profesor Varela, que era hincha mío, me detuvo en uno de los corredores del
Santa Librada College, y me dijo que me tenía un regalo. Sacó de una bolsa y me
alargó una edición de María. Yo me sentí ofendido, mareado, menoscabado.
Acababa de participar a ladrillazo limpio en la caída del dictador y me había
tocado ser testigo presencial de un ajusticiamiento de "pájaro"; un
mes atrás había perdido por dos pesos, con derecho a penetrar con la bicicleta-
la rugosa virginidad en la zona de tolerancia; y por si fuera poco acababa de
leer Madame Bovary, Moll Flanders y Fanny Hill.
Profesor, no me regale
guevonadas le dije-¿no ve que he decidido ser un escritor de vanguardia? Más
bien présteme todo lo que tenga de Nietszche, y si tiene algo de Bataille… El
profesor Varela enrojeció de pies a cabeza, un ribete de espuma afloró a su
boca, me miró como si fuera un cadáver de anfiteatro y me espetó estas
palabras: "Arbeláez, en algún momento creí en usted. Tuve la sospecha de
haberle inculcado una chispa de sensibilidad. Pero por la forma como se ha
referido a la obra sublime de Isaacs, deduzco que usted siempre será un
pelmazo. Estoy seguro de que, con todas sus ínfulas modernistas, nunca
escribirá una línea que la supere…"
Mi mala suerte
literaria obedece, pues, a la maldición de mi profesor de literatura. concluyó
Jotamario.
Una carcajada general
sacudió la sala, mientras el Monje Loco decía, entre carcajadas:
-María tomó jugo de
Borojó, eso es lo que cuenta.
El poeta Jaime
Jaramillo, antiguamente X-504, seguía mirando inquieto su reloj. Le pregunté lo
primero que se me vino a la cabeza.
-Poeta, supongo que fue
María la primera obra de Isaacs que conociste…
-Tanto la novela como
los poemas (entonces se decía poesías) se leían mucho -contestó el poeta-.
Poemas de Isaacs estaban siempre en los textos de estudio. La lectura de María
a los quince años era conmovedora. Para Manuel Mejía Vallejo, al final de su
vida, seguía siendo igualmente emotiva.
Eduardo, que parecía
mantener un diálogo con el poeta Jaime, dijo:
-En el colegio, no
recuerdo haber oído mencionar a Maria. Ni a su caro Efraín. Ni a su desdichado
creador. Tal vez por la razón pura heredada de la Contrarreforma. Es decir,
porque en lo poco que me presté a la educación convencional lo hice en
instituciones dirigidas por curas, escolapios españoles, maristas de Italia,
misioneros javerianos de los conservadores pueblos antioqueños, y terciarios
capuchinos de todas partes, en las cuales la mujer era la seductora, la
ministra venenosa del demonio armada de tetas en contra del orden de nuestros
mundos masculinos. El pecado. Y el mal.
Como me ocurriría con
el Quijote me puse tarde en la tarea de leer María. No me avergüenza
confesarlo. Durante los años felices de las tertulias de nuestro primer
nadaismo, ustedes recuerdan, gastadas y desgastadas en larguísimas divagaciones
literarias de todos mis amigos, sobrios y borrachos, no comprendía que mis
nuevos, hirsutos camaradas, se refirieran con semejante vehemencia al Quijote
como si fuera un libro magnífico, y a María, para demeritarla como una
enfermiza expresión del debilitamiento del romanticismo en América.
La incomprensión acabó
por convertirse en curiosidad. Ya debía tener por lo menos veinticinco años, y
un hijo siguió Eduardo-, el mes cuando vine a leer El Quijote.Y María, cuyo
recuerdo se ha desvanecido del todo en mi conciencia. Tan solo queda un olor de
libro viejo mezclado con el aroma de unas montañas en mí, el rasgo de un
esclavo en el barro de un camino entre breñas, un huerto, y un pajarraco de mal
agüero que se desplaza en una página con un doblez en el ángulo superior
derecho. Y el señorito Efrain. Y su sombra. Y las trenzas de María, convertidas
en una falsa memoria que ni me estorbó jamás, ni visito ya, ahora.
-El poeta está
inspirado, dijo el Monje Loco, pero para mí, lo único que cuenta es que María
tomo jugo de Borojó.
-Por esos días del 59
intervino Jotamario- llegó el nadaísmo a Cali; establecimos el grupo con un
sentido del humor bastante diferente del de Medellín, y Gonzalo me encargó el
nada penoso deber de dar a conocer nuestra genialidad mediante el escándalo, El
mito de la comarca "estaba pagando". Traté de leer la novela de
Isaacs para atacarla con más saña, pero el libro no se dejó. Mi mente estaba
pervertida por la Nana, de Zola. María no era sólo el novelón romántico que
todo el mundo respetaba sin haber leído, sino también un parque y un monumento
"casi en los patios de un cuartel". Con el apoyo redaccional de Pedro
León Arboleda, Alfredo Sánchez y Diego León Giraldo, el Monje y yo facturamos
un manifiesto tórrido al alcalde de la ciudad, que apareció al otro día en la
primera página de El Espectador, donde hacíamos perentoria exigencia de que se
retirara el monumento a María bajo el riesgo de ser dinamitado- y fuera
reemplazado por el busto de Brigitte Bardot. En el comentario de El Tiempo del
día siguiente, lo único que se nos criticaba era nuestro mal gusto, pues según
el editorialista tal vez Eduardo Mendoza Varela-, el busto por que el
deberíamos haber exigido recambio era el de Marilyn Monroe.
-¿Y que tal la quema de
María y de otros libros aquí en Cali? les pregunté a todos mientras prendía un
cigarrillo.
-No participé en esa
quema de libros porque trabajaba dijo Jaime, perfilando ya su sonrisa de pícara
maldad, y continuó-: Nunca he sido vago. Los escándalos del Nadaísmo tenían un
propósito publicitario. No quemo libros inútiles porque la ceniza es peor. Los
arrojo en silencio a la basura.
-¿Y tú, Eduardo,
estuviste en la quema de libros en Medellín?
-No. Sin embargo,
Gonzalo Arango me diría más tarde que en la plazuela antioqueña de San Ignacio
no se habían quemado libros, tan sólo revistas viejas, Selecciones del Readers
Digest, almanaques Bristol caducados, catecismo de Astete, la basura que los
nadaístas tenían en sus casas de los tiempos del bachillerato, textos pasados
de moda, para llamar la atención de los medios que permanecían mudos como
paredes e indiferentes como piedras, antes los manifiestos procaces y
lapidarios que emitíamos con regularidad de maníacos. Pero aquí en Cali, sí
estuve de cuerpo presente, aquella mañana luminosa. Y me parece acordarme entre
las brumas del olvido que se traga todo, que se trató más bien de un
ahorcamiento de ediciones de Maria en los árboles del parque del mismo nombre
que dedicó Cali a la heroína principal del deplorable romanticismo colombiano.
-La cosa fue así dijo
Jotamario con su memoria borgiana y su escocés a raya-. Gonzalo Arango tuvo la
peregrina idea de convocar, durante uno de esos Festivales de Arte que se
inventaba Fanny Mikey, la Exposición Nacional del Libro Inútil, en el parque de
la María. Ser enemigos de esa obra nos daba buenos dividendos. Nos permitía
elaborar bromas apaches a la virginidad, a la castidad, a la enfermedad, al
romanticismo y al pájaro negro dentro del paisaje bucólico. Todos los poetas de
la parroquia y de la nación que lo mismo era- fungían de defensores a muerte de
la historia de Jorge Isaacs. La juventud en cambio comenzaba a deshipotecarse
de semejante influencia. Todo el mundo llegó al parque con carretadas de
libros, especialmente sus propios autores. Otros llevaron los libros de sus
enemigos. Algunos escritores del cartel mariano, escondidos tras los árboles,
como Velasco Madriñán, autor de El Caballero de las lágrimas, mandaban espías a
averiguar si alguna de sus obras había sido "colgada". Cuando les
llegaba la noticia de que sí, salían de sus escondites y se sumaban al
jolgorio. Con los libros de Gonzalo Arango hacían los pájaros nidos. Pero el
libro que barría por su reiterada presencia era María, colgado por los
estudiantes condenados a leerlo. En medio del éxtasis, algunos chistosos
quemaron sobre las cabezas de Efraín y María ejemplares de El Tiempo y El
Espectador. Y nosotros, que siempre gozamos de buena prensa, nos vimos
condenados al ostracismo. Esa noche hice un nuevo intento por leer María.
Imposible. Tenía la mente llena con Justine y Juliette, del Marqués de Sade.
-Para qué hablan tanto
de María dijo el Monje Loco, protestando- si lo que ella tomó fue jugo de
Borojó.
-Poeta Jaime, ¿fuiste
alguna vez por la hacienda El Paraíso, cuando vivías acá en Cali?
-En alguna ocasión fui
a conocer la casa de Efraín y María. Los visitantes de entonces eran serios.
Los actuales, irrespetuosos y sucios turistas quedan descritos gráficamente en
un ensayo de Hernán Toro, con sus regueros de envases plásticos, latas y
papeles.
-¿Y que tal tú,
Eduardo?
-Jamás fui al Paraíso.
Entre otras cosas, por estar entregado a mi Cuarteto de Alejandría, en la
Posada del Viajero: ni siquiera se me pasó por la cabeza. Recuerdo que
preferíamos Juanchito. Y sobre todo, carezco en absoluto de esa clase de
estupidez turística que lleva a algunos a visitar las casas y las cosas de los
sordos famosos, los criminales reputados, los pintores zurdos y los escritores
gloriosos. Mi único fetichismo consiste... pero no es necesario proclamar aquí
mis queridas inclinaciones olfativas.
-Recuerdo que luego de
la quema en el Parque la María dijo Jotamario-, el contragolpe no se hizo
esperar a través de la palabra cascada y sacrosanta del poeta de "Piedra y
Cielo" y de "Teresa, en cuyo culo el cielo empieza", abanderado
de las causas que tuvieran que ver con el idioma de Castilla y con la poesía
prístina. Aunque poco dado al panfleto, Eduardo Carranza se dejó venir con una
catilinaria… Y con inspirado acento en la á, exclamó ante las autoridades
civiles, eclesiásticas y militares: "¡Ah!, yo desafío a los escritores
nadaístas, y les doy 30 años de plazo a partir de hoy, a que escriban una obra
mejor que María, o si no que se callen para siempre."
"Al otro día los
periódicos titulaban a igual número de columnas: "Nadaísta Jotamario
acepta el reto de Carranza, pero a muerte" y subtitulaban: "Que él
escoja las armas, yo escojo el sitio: hacienda El Paraíso, 12 p.m. Domingo de
Resurrección." Con Pablus Gallinazo, mi padrino, tomé clases de florete.
Con el mayor Camargo, tiro al pentágono. El domingo por la noche estaba con
toda la claque en la hacienda. Pardo Llada hasta me había mandado fotógrafo.
Esperamos hasta las cinco de la mañana y en vista de que el retador retado no
apareció, el doctor Quintero procedió a declarar a Carranza "técnicamente
muerto", y como no hubo cadáver que lamentar ni que levantar, procedimos a
bañarnos en bola en el mismo sitio donde lo hacía María en levantadora.
-Ese es el mismo sitio
donde María tomó jugo de Borojó dijo el Monje Loco.
La tarde se estaba
haciendo cada vez más vallecaucana, y yo ya veía que el poeta Jaime presentía
que se nos venía encima el "sol de los venados", lo cual indicaba que
la hora para ir a nadar a Cañasgordas estaba pasando. Miraba su reloj, pero yo
insistí:
-¿Y en esos años de las
décadas del 60 y el 70 cuando tanto se hablaba de Isaacs, de su obra en
especial, recuerdan qué pensaba Amilcar Osorio de María?
-Después de las
primeras manifestaciones públicas no se habló más de Isaacs o de María -dijo
Jaime-. Las inclinaciones académicas de Amílcar no encontraban eco en sus
rebeldes compañeros. En cuanto a mí, durante la pataleta del Nadaísmo no volví
sobre Isaacs. Pero hoy, más que su obra literaria, resulta admirable el hombre
que fue. La razón por la cual no estudiamos historia es para no sentirnos
disminuidos por esos titanes que nos precedieron, ante los cuales quedamos como
ratas cibernéticas.
-En lo que a mi
respecta -terció Eduardo-, No sé a estas alturas de la vida si los nadaístas
creían en todo lo que despotricaban de María, en las charlas y en los
comunicados. En todo caso, estábamos en nuestro derecho, por higiene, y en
ejercicio de nuestra libertad irresponsable, de leer otros libros de amor más
complejos y álgidos. Como el sagrado mamotreto de Proust, o como el lírico
Cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, la novela del amor del siglo
veinte. Y claro, a Lolita, de Nabokov, que es un libro tan tierno, sin caer en
el desmayo de María, y a la vez tan saludable, en el cual, lo mejor no es la
sensualidad que palpita en cada página, si no la capacidad del narrador para
burlarse de sí mismo, de su historia, y su visión irónica del mundo y de las
pasiones.
De pronto Jotamario se
levantó intempestivamente de su asiento y dijo que había visto unas trenzas que
le recordaban a María columpiándose por la calle, y que ya nos veríamos más
tarde, en el bar de Efraín.
Jaime, apresurado, no
me dejó hacer ninguna pregunta esta vez, y dijo:
-Mi apreciación de
María y de don Jorge Isaacs se ha revaluado con los años, y eso me parece
normal. He sido siempre aficionado a la historia, y desde ese punto de vista no
se niega la importancia de una obra que perdura más allá del siglo y suscita el
interés de académicos como tú. Además, hay otra cosa: fuera de Antioquia, la
tierra que más aman los antioqueños, aunque sea para comprarla, es el Valle del
Cauca. Siempre ha sido así, a pesar de conflictos políticos y de la atracción
de Bogotá. Emigrar al Valle y quererlo con pasión ha sido obligado. Sintiéndome
también valluno, como debe ser, no puedo desentenderme de su literatura y de
sus tradiciones. He releído María varias veces, por diferentes motivos. Sin
duda conserva gran importancia histórica, lo cual es propio de la mejor
literatura en cada época. Sucede lo mismo con Eustaquio Palacios e Isaías
Gamboa. Hoy nos parecen ingenuos, ¿pero qué dirían ellos de nuestra
perversidad?
Y Eduardo, no muy de
acuerdo con lo que decía el poeta Jaime, dijo:
-Quizás volveremos a
leer María, en algún ocio muerto. Quién sabe. A medida que los lectores
envejecemos nos coge la urgencia de leer un montón de cosas en la Babel de la
cultura literaria de la humanidad, que nos hacen relegar otras. Y la verdad, el
romanticismo latinoamericano goza de suficiente mala fama para emplear nuestro
tiempo y nuestros ojos, en otras cosas, cuando quedan vírgenes tantos griegos,
tantos secretos novelistas bizantinos, tantos escritores escandinavos, tantos
libros extraños esperándonos en los anaqueles de nuestra loca escritura humana.
El poeta Jaime ya se
había resignado a perder el autobús.
-La permanencia de
María acredita su importancia dijo-. Sus ediciones han sido numerosas, como
pude apreciarlo en la después saqueada biblioteca del doctor Eduardo Mendoza
Varela, quien poseía una gran colección de ediciones de María. Solamente en
México, según comenta Manuel Mejía Vallejo, se hicieron más de doscientas
ediciones diferentes, de 12.500 ejemplares la de la serie Crisol, de Aguilar. A
pesar del prestigio de María, la crítica no ha sido muy perspicaz. Con razón
dice Umberto Valverde que María ha sido llorada, mas no leída. Quien sólo
percibe lo anecdótico, apunta Mejía Vallejo, está negado para la literatura. Si
fue leída con entusiasmo durante cien años en el continente, ¿qué más
certificado quieres?
El Monje Loco se había
quedado dormido completamente, y en sus sueños repetía, sin cesar:
-María tomó jugo de
Borojó, María tomó jugo de Borojó.
Y en ese momento,
Jotamario asomó la cabeza por una de las ventanas y dijo:
-No se preocupen más
por María, poetas, que no vale la pena ningún libro que se pueda leer con las
manos quietas.
*Armando Romero:
Licenciado en español y literatura de la Universidad del Valle. Traductor e
investigador, es actualmente profesor de literatura latinoamericana de la
Universidad de Cincinnati, en Estados Unidos. Perteneció al grupo inicial del
Nadaísmo en Cali. Doctor en Literatura Latinoamericana de la Universidad de
Pittsburgh, Estados Unidos.
Entre sus libros: El
Nadaísmo o la búsqueda de una vanguardia (1988); Gente de pluma (1989). Poesía:
Los móviles del sueño (1976); El poeta de vidrio (Caracas, 1976); Del aire a la
mano (1983); Las combinaciones debidas (Buenos Aires, 1989) y A rienda suelta
(Buenos Aires, 1991); Cuatro Líneas (México, 2001); Hagion Oros-El monte Santo
(Caracas, 2001). Cuentos: El demonio y su mano (1975); La casa de los
vespertilios(1982); La esquina del movimiento (1992); Una mariposa en la
escalera -selección de los libros publicados- (1993); Lenguas de juego (1998);
La raíz de las bestias. Novelas: Un día entre las cruces (1993); La piel por la
piel (1997) y La Rueda de Chicago (2005).
[1]
La presente conferencia fue
elaborada a partir de entrevistas y textos originales de los poetas nadaístas
incluidos, y esta enmarcada en el trabajo de investigación sobre poesía
colombiana que el autor adelanta hace varios años. En este caso responde al
indagar sobre la recepción poética de Jorge Isaacs en el movimiento nadaísta.
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