La
poesía es el poder.
(Eunice Odio).
¿Qué enigma o
azar, que fatalidad irresoluble encierran los libros de poesía escritos
para nadie?... Una mano transparente me proporciona la respuesta al
acertijo en plena tempestad de lo intemporal, al ponerme al corriente del libro
póstumo, escrito por Aldo Pellegrini, multifacético escritor argentino, poeta,
traductor de poesía, crítico-artista, etc.
Si a lo anterior
sumamos el hecho flagrante de que este autor egregio y altanero, en el
transcurso de su vida, se negará rotundamente a publicar en periódicos o
revistas “consagratorias” de su país, tal como me asegura a
distancia el poeta Juan Antonio Vasco, integrante junco con Enrique Molina, Francisco
Madariaga, Carlos Latorre, y Juan José Ceselli, del primer grupo surrealista de
habla española amotinado en las revistas Que y A
partir de cero (1928 y 1956, respectivamente) impulsadas por el mismo
Pellegrini… tenemos a la mano la mejor pluma para dedicarle estas líneas
modestas a disgusto de la “Gran internacional de la mediocridad” conjurada
alrededor de su nombre y a la que nadie en Latinoamérica ha desenmascarado
mejor… con un zarpazo oportuno y certero. Desenmascaramiento mortal por
el cual Aldo Pellegrini – igual que antes José Antonio Ramos Sucre, César Moro,
César Dávila Andrade, Juan L. Ortiz, Jorge Gaitán Durán, Rosamel del Valle,
Eunice Odio… grandes, vertiginosos creadores latinoamericanos – se hará
acreedor sin apelaciones a la “celebridad del rencor” (Porfirio Barba Jacob)
profesada por los grises mercenarios y correveidiles de la cultura de masas,
acantonados en este amargo continente, que si bien tiene incontables paisajes
de tarjetas postales, carece, en definitiva, de alma o espíritu que lo
vivifique y libre de su servidumbre ancestral.
Pese a lo
anterior, al silencio o silenciamiento, a la incomprensión, la soledad, y lo
que es peor, al baboseo con el que suele premiarse el talento realmente
innovador y rebelde a los dictados del conformismo, Aldo Pellegrini –con el
correr de los años- conseguirá culminar su propia, tornasolada obra
poética, paralela en importancia, en relieve rampante a sus versiones y
traducciones, entre las que se cuentan la obra impensable del Conde de Lautreamont, pulpo
de mirada de seda, el Van Gogh suicida y escatológico
de Antonin Artaud o la poesía expresionista de George Trakl: apoteosis del
apartamiento absoluto. Eso por no mencionar sus insuperables versiones de
los Manifiestos surrealistas o su hermosaAntología de la
Poesía Surrealista Francesa… cuya brújula nos señala de manera inequívoca
eses punto en la espiral de los siglos donde la poesía visionaria de todas las
épocas conforma –debido a su insurgencia y fatalidad- el ojo del huracán, el
monte análogo, el blanco luminoso e infalible hacia el que vuela la flecha
incendiaria del espíritu nuevo… tierra de promisión donde se
encaminará la humanidad si consigue burlar las redes de la muerte en vida,
tendidas a su paso en el circo nihilista de los tiempos modernos.
Y es, al fin y al
cabo, la trama banal de la muerte en vida la que parece
abrumar por momentos al último Aldo Pellegrini sumido en la fiebre o
temperatura de lo imposible, sintiendo desfallecer en sus venas la sangre del
desierto. Pero resulta evidente que sólo se trata de un desfallecimiento
pasajero porque después el poeta será arrastrado en la larga traílla de lobos
de los visionarios hasta ese mar de otro mundo, donde
descubre la vida sin heridas, mientras en las playas futuras
desfilan viajeros de espuma.
La Doble Estrella:
El surrealismo en Iberoamérica
El oso hormiguero
editor
Medellín, 2010.
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