LA
POESÍA CHINA ENTRE NOSOTROS
China 2008: Poesía
Antonio COLINAS |
Publicado el 31/07/2008. elcultural.es
Al aproximarnos a la
poesía china, y aunque sea someramente, tenemos que cerrar los ojos y dejar
fluir hacia atrás la memoria para reparar en qué momento concreto dicha poesía
se nos reveló como lectores. De este viaje en el tiempo brotan dos libros que conseguí
tempranamente en librerías de viejo: el primero se trataba del voluminoso
Sabiduría china, de Lin Yutang (Buenos Aires, 1945), un autor que, por
entonces, era apreciado por ese tipo de libros que hoy reconocemos como de
“autoayuda” y que tenían su mejor ejemplo en su Arte de vivir; el otro, el
Tao-te-ching de Lao-tse (así se escribía entonces título y autor) traducido y
comentado por Carmelo Elorduy (Oña, 1961). En puridad, esta obra cae más en la
órbita del pensamiento, pero qué duda cabe que hay en ella un sustrato poético
que es el que le proporciona su universalidad.
Pero fue en el libro
antológico de Lin Yutang donde leí los primeros textos de los “grandes poemas
antiguos” chinos, los de Li Po, o los cinco grandes cantos de La Historia de
Meng Chiang. Esta obra de Lin contenía materiales muy sugestivos que, vistos en
el tiempo, nos ponen de relieve aquellos tesoros que, en los años 50 y 60, nos
llegaban de las editoriales sudamericanas. (También de ellas nos llegó y leímos
la Poesía china preparada por María Teresa León y Rafael Alberti.) Sin embargo,
la antología más coherente y precisa de la poesía china de todos los tiempos
(llevaba el abarcador subtítulo De la poesía del siglo XXII a. de C. a las
canciones de la Revolución Cultural), fue la que nos entregó Marcela de Juan
(Alianza,1973). El carácter a la vez selectivo y abarcador de la obra
orientaban al lector y le adelantaba la extensión e importancia de esta poesía.
Fue en dicha antología
donde también supimos de la importancia de una determinada etapa, la de la
dinastía Tang (618-907), en la cual, según nos señaló Li Tai Po, “cada hombre
era un poeta”, pues eran no menos de 2.300 los “poetas de renombre” en aquel
periodo. Allí me encontré con Li Po y con la anécdota que aludía a su lectura
de poemas ante el Príncipe Heredero, el cual le ofreció “vino caliente en su
misma ánfora de oro”. El Príncipe le transmitió luego al Emperador estas
palabras: “Tengo en mi casa quizá al más grande poeta que jamás existiera.
Hasta ahora no me atreví a hablar de él a Vuestra Majestad, porque padece de un
defecto: bebe, y a veces con exceso. Pero sus poemas son en verdad tan bellos
que el Emperador juzgará por sí mismo”. Se trata de una anécdota que, muy
tempranamente (nada menos que en el siglo VIII) comenzaba a tejer la leyenda de
la muerte de Li Po, esa que muchos siglos después aún propagaba Ezra Pound en
uno de sus epigramas. Ya en la dinastía Tang se hablaba de su oscura y
legendaria muerte al intentar abrazar, beodo, la luna llena reflejada en un lago.
Esa visión inicial de
la poesía china se vería completada en 1984 con la versión que la Editora
Nacional nos ofreció del Romancero chino (Shih Ching), en la versión de nuevo
de Carmelo Elorduy. Se trataba de una colección de 305 canciones y odas que Confucio
había extraído de los antiguos Anales. Seleccionó una serie de poemas que
habían sido escritos entre el 1122 y el 570 a. de C. y objetivó su criterio con
esta frase: “Expongo, no invento nada. He creído y amado las doctrinas
antiguas”. Con la palabra “doctrinas”, Confucio aludía no sólo al carácter
poético de la obra sino a su profunda significación popular, que hacía
referencia a cantos de fiesta y feudales, a himnos y elogios reales.
Hay, pues, en este
libro (¿en qué parte de la literatura china no lo hay?) una base ética, moral,
que siempre fue muy apreciada por los estudiosos. Costumbres y creencias se
funden también en este cancionero con esas visiones de la naturaleza que serán
ya paradigmáticas de la poesía de China de todos los tiempos. Tres años antes
de este Romancero chino, Juan Ignacio Preciado nos había ofrecido, en los
Clásicos de Alfaguara, una edición mucho más depurada y científica de [El Libro
del Tao], de Lao Zi. Permanecía el mismo texto traspasado de hermosa
intemporalidad, pero ahora su significación se había hecho más cristalina.
Y ya hemos llegado al
que es tema esencial en la poesía china de todos los tiempos: la naturaleza;
valorada siempre desde la intensidad y universalidad de la contemplación y no
desde presupuestos meramente costumbristas. Recordaré al respecto una muy
profunda obra de la que es autor Antonio Mezcua López, formado en las
universidades de Granada y Shanghai, y al que tuve la oportunidad de conocer en
esta última ciudad. Mezcua acaba de editar en la Universidad de Granada (pero
aún sólo en Cd-Rom) su tesis doctoral, Hermenéutica del paisaje en China. Esta
abarcadora obra no sólo evidencia la importancia que el paisaje posee para la
poesía china, sino que también se da en este tema una estética que todo lo interrelaciona:
de la naturaleza sentida como “unidad esencial” a símbolos primordiales como el
agua, el jardín o la montaña, de la pintura “como adecuación y transmisión del
Tao” al viaje y al paseo por esa misma naturaleza. Se da por tanto en esta obra
un cruce ideal de conocimientos abordados con sensibilidad exquisita.
Llegados a este punto,
el panorama de la poesía china se ha acrecentado. Unas veces, gracias a nuevas
antologías, como Poesía clásica china, de Guojian Chen (Cátedra, 2001) o
Antología de poesía china de Juan Ignacio Preciado (Gredos, 2003). Preciado le
ha puesto ahora “valentía y arrojo” a su trabajo y ha seguido los caminos de
esa “temeridad” que sólo favorece a los osados traductores de poesía. También
nos llega en estos momentos Poesía popular de la China antigua, que acaba de
editar Alianza, traducida, prologada y anotada por Gabriel García-Noblejas.
Este volumen, de una gran belleza formal y de contenido, recoge los textos más
antiguos y completos de la civilización china, los escritos entre los siglos XI
a. de C. y III. Aquí volvemos a encontrarnos con algunas de las canciones del
antiguo Libro de la poesía, así como con los poemas de origen popular de la
dinastía Han. En el estudio previo se nos recuerda el profundo influjo de esta poesía
de los orígenes sobre Li Bai, Wang Wei o Su Dongpo (aquí un recuerdo especial
para la biografía que, de este último y prolífico autor, escribiera
precisamente Lin Yutang: Un genio alegre, Sudamericana, 1948).
Un poeta que acabo de
nombrar me lleva a la versión que Pilar González España hizo de los Poemas del
río Wang, de Wang Wei (Trotta, 2004). Se me acaba el espacio y hubiera querido
hablar de la visión que mi amigo el profesor Zhao Zhenjiang tiene de la poesía
y de la métrica de la dinastía Tang. Visión desmitificadora, en la medida que
nos recuerda que en esa dinastía hubo muchos más poetas que los dos que suelen
conocer los españoles: Li Po (Li Bai) o Du Fu. De estos dos autores hay
amplias, selectas y recientes recopilaciones. Y también tenemos versiones de un
bello libro, El solitario de la Montaña Fría o El Maestro del Monte Frío, de
Han Shan. En cambio, nada hemos dicho de los textos, también en la órbita de la
estética, de François Cheng, ni de la poesía de los llamados “poetas místicos”,
entre los que destacan el sempiterno candidato al Nobel Bei Dao, Gu Cheng, Duo
Duo y Yang Lian, todos ellos exiliados tras las protestas de Tiananmen de 1989.
También vale la pena detenerse en la poesía china más actual, a la que dedicó
un extraordinario número monográfico la revista granadina “Ficciones” (1999):
en ella descubrí poemas de jóvenes poetas como Zhang Shuguang, Ouyang Jianshe,
Xiao Kaiyu, Xi Du, Tan Danhong y Zhou Zan, que luego encontraría durante mis
dos viajes a China. Nos hemos quedado sin espacio, pero espero haber salvado
para el lector la importancia y el sentido de trascendencia que siempre nos
revela la inmortal poesía china.
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