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lunes, 10 de junio de 2013

Cara y Cruz. Por Jahir Trujillo.


C A R A  Y  C R U Z
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Por Jahir Trujillo.



“Apretar una cucharita entre los dedos y sentir su latido de metal, su advertencia sospechosa”.

Julio Cortázar.



Caminando por la carrera Junín en busca de libros viejos y feriados a precio de huevo, hallé un pequeño legajo de hojas amarillas con una fina letra de imprenta que apenas parecía asomar la cabeza por encima de la delicada montaña de moho y roña dejada allí por los años. Me llamó la atención tanta desprotección. Lo tomé y observé con atención, vi que era un librito emulador de las ediciones de Norma que conocemos como Cara y Cruz. (Las hojas estaban secas y templadas como la piel de las tortugas). Por una cara estaba Mauro Álvarez, escritor ermitaño del cual no tenía hasta ese momento más referencia que lo leído en su pequeña novela Virginal, además de los comentarios que de la misma había hecho Raúl Henao en alguna ocasión. Su título, “Los dioses sin razón”, aparecía escrito sobre la pasta con una tinta acuosa que parecía diluirse con el intenso sol de esa mañana. Toda la superficie era gris, unos sectores más intensos que otros. Concretamente una edición sencilla. Al darle vuelta a “Los dioses sin razón”, me encontré con Eduardo Escobar, −poeta, periodista y escritor, cofundador del movimiento literario Nadaísta en 1958, junto a Jotamario Arbeláez, Gonzalo Arango, Amílcar Osorio y Alberto Escobar Ángel, entre otros−. “Segunda Persona”, −título que reunía los poemas de Escobar−, se encontraba sin la pasta. La portada del libro (nombre del autor, título y género, distribuidos de arriba a abajo respectivamente), hacía frente en solitario a los corpúsculos y limaduras de la calle y los avatares del librero.



Luego de examinarlo brevemente tomé la decisión de adquirirlo. Las hojas de ese libro se removían con la más mínima escaramuza del viento.  A veces reflexiono sobre la vida de los libros, que al final se parece a la de su propio autor. Aunque éstos, por momentos, no dejen de cuestionarse su propio destino, la paradoja que significa escribir “para nadie” en tiempos de globalización e industrialización de la cultura.  ¿Vale la pena seguir empeñando la palabra en los subterráneos de la ciudad moderna? Sea cual sea la respuesta, los escritores auténticos dirán que sí, pero sólo si hay algo que vale la pena ser dicho. De otro modo sería como encarrilar una piedra más en el vasto tribunal de las murallas de una cultura, que como dice la Literatura, siempre ha preferido dar la espalda a los que intentan decirle algo importante al oído.

Mi intención no es hacerle cortes a esta obra, sugerirle verdades o encumbrarla con frases vacías y escogidas según mi estado de ánimo. Este es un texto sin intenciones, esa es su consigna y al tiempo su mayor falsedad. La crítica literaria cobra réditos cada vez que descuida sus viejas escuelas, cada vez que se aleja de las “explicaciones formales” para  dar espacio al palpitar espontaneo de las cosas que hay en su interior, en eso profundo que bulle  en la superficie. En ocasiones es más auténtica y sugestiva la anécdota que rodea una obra, que su propio contenido. En este caso, la que encierra el encuentro del “crítico” con la obra. De ahí que desestime la necesidad de diseccionar el texto y manosearlo sin ninguna licencia y autoridad, más que el propio egoísmo y morbo que suscita estar  frente a una creación ajena. La poesía es una fiesta. Es un juego, el más peligroso de los juegos, decía Hölderlin. Es también un camino, un viaje tortuoso hacia el cielo donde hay que pasar por el infierno. Pero ya ven, la poesía no tiene punto de partida ni llegada (siempre cambia). Como la vida, discurre contrariamente a cualquier voluntad. Intentar explicarla, resumirla, adjetivarla, apropiársela por rumbos distintos a la ruta trazada por ella misma, es dilatarla, empañarla con el vaho académico que caracteriza la crítica actual.

El secreto de la crítica está en la motivación que nos lleve a hacerlo. Así como la del escritor. Mauro Álvarez en la pequeña introducción de su texto indica algo importante: “La manera más culta de ocultar, de velar el crimen, es poetizarlo, sublimándolo”. Aunque lo que siga a su lapidaria frase sean las promesas que un autor desesperado hace a su “público”: “Si hubiera llevado a efecto, lo que en los sueños suelo acometer, ningún patíbulo del mundo, se haría cargo de mi ejecución”. Demasiadas promesas para alguien que no hace del sueño más que una narración en línea y no, como es honesto, una constatación de la poesía a través de la propia experiencia del autor.

Veamos lo que “Los dioses sin razón” ocultan:


LA DAMA
DE LOS PÉTALOS DE SEDA

A veces, canta, succiona, oprime;
Devora con su risa
El ate fortuito de la suerte…..
Si pudiera hacerla pensar,
Dueña de los senos
Y de las naranjas en las nubes
−las estrellas, los dioses y,
Allá, en sí−;
Con, o sin sus pantuflas
Escasos de dedos.


LA CHIMENEA
EN LA NOCHE DE LLUVIA.

No dejo de pensar
Que mi vida es una leyenda,
Una gaviota que bordea que las hojas moradas.
En su pico lleva a los bañistas
Que han reventado de sol.
La chimenea en su dorso negro de humo
Permite que las primeras frases aprendidas
Mueran en la rueda del cochero
Como una fractura.
Los hombres se agotan,
La música repite y seduce los siglos
Como cosa fácil,
Como a una manzana.


LAS PALABRAS

El viento había muerto
Sin comentario.
El hombre volvía a vivir
En el silencio.
Su sonrisa desafiaba las semillas
Y los boleros de los tambores
Ungidos en los juegos.
Las cenizas ocultaban las escamas
En las formas simples de las nubes.


EL CANTO DE LA MADRUGADA

Un tarde
Interrogue el fervor de la música.
Me levanté,
Quedé como un espectáculo.
Tras la cortina de mi rostro
Gorgojeaban los pájaros.
La muerte desapareció
En el silencio útil
Como puertas cerradas por el viento.


UNA NOCHE CON MI AMADA

Se palpa la hembra
Desde el ano
Hasta el celo de ambos labios
Se abren puertas
Y se crean fantasías.
El rojo tropical de sus ojos
Desprende visiones…
¡Ríe!
Los dedos se incrustan
En los tallos de las espigas
Se crea un pasado,
Se imita la agilidad del gato
Y se pende… pende de los hombros.
Las cosas así,
Se esparcen en el orden de las estrellas.


“Segunda persona” viene con una dedicatoria a Noia (¿la ciudad que se encuentra en la provincia de La Coruña?). Aunque si es una mujer no tendría por qué alterar esta nota, las ciudades y las mujeres comparten el misterio del nacimiento. La ciudad, según lo deja ver Jung, se ha fundado bajo el mito de la maternidad. “Los poetas tienen el vientre lleno de palabras y fuertes espasmos abdominales”.

 “Buenas noches amor, adoro tus largas orejas”. Tilín. La frase que rasga el telón y deja al descubierto el primer poema, que en mi opinión, alcanza lo más selecto de lo reunido en este volumen de poesía.


I.

Al levantarme nombro las cosas
Desde mi ventana.
Pero las cosas se esconden
Huyen
De los dedos escapan
Cambian
Ante cada mirada
Otra lengua responde
Burlas peludas
Como oscuras voces inalámbricas.
Me dirás loco si digo
Que ya no recuerdo ni tu nombre.


Lo que en Mauro Álvarez descansa en la música, el sueño, la muerte, la mujer, la noche… por sus insistentes referencias, en Eduardo Escobar es el humor, el malabar, la ocurrencia:

Tu cuerpo
Tu carne
Proteica y dulce
Tu laringe
Tu testa.

…la ciudad, el ruido de las mismas, en fin… Habíamos prometido dar la palabra a los poetas:


IX.

Cuatro dedos y medio
Apretaban
Como a pera jugosa
Tu vientre.

Estrella cuelga
De un hilo.

Huevos de luz
Crecían sobre el sonido.

El silencio con su larga
Barba estruendosa
Afinaba la orquesta.

Hubo un grito
Apenas reconocible
En la plena noche.

Garzas
En el viento
De olor de alcoholes
Asombraban los huertos
En la enfermería del pueblo:
                                       Aborto.


XII.

El mundo no empieza ni termina contigo
Miro la ciudad misericordiosa
Afuera ruge.

Y mañana
Polvo
No podrás sostenerte en la silla.

En la oscuridad creces
Como semilla
Que la planta
De mi pie destruye.

Como si fuera verdad de verdad
Que se mata
Lo que se ama.


XV.

En la esquina
Era
El invierno
Una cosa común
Y corriente.
Lago
Flotaba
En la nube:
Diluvio / en potencia.
Y el hilo
En la sábana
Se prolongaba
Repitiéndose.
Mirábanse los cuerpos
En la oscuridad!


XXVII.

Oigo
Veo
Entiendo
Palpo
Digo:
La silla
Pule
Tus nalgas
A medida
Que envejeces
Carcomida
Ella misma
Por el comején
Traqueteante.
Puro
Ripio
De mi voz
Eres.

Mientras
Oigo
Veo
Entiendo
Palpo
Comprendo
Caigo.


XXXV.

Usted es sorda
Como el cañón en la batalla
Como una boca que se pudre
Como un caníbal decapitado
Como la adversidad
Y el verano
Usted es sorda.


XXXIX.

Yo soy
Un monstruoso
Animal doble:
De cada hueso
Otro me sobra.
Miro mis dos ombligos
En el espejo
Te miro.

El libro se terminó de imprimir el día 20 de enero de 1969 en la Editorial Antorcha. Medellín, Colombia. Bajo el cuidado del editor Jhon Alvarez García. Hasta el día de hoy han pasado 44 largos años por sus hojas cerradas y olvidadas.


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